Sentirse libre. Es lo más perseguido y deseado, es un afán innato, es una búsqueda incesante, una quimera, una continua necesidad siempre insatisfecha, por su insaciabilidad y por la volatilidad de sus logros.

Pero empecemos por analizar que significa ser libre en nuestro mundo. Implica tantas cosas que resulta difícil racionalizar sobre el concepto evolutivo. Sí, también es evolutivo el concepto de la libertad. Son libres las plantas para seguir la vida conseguida, para intercambiar con quietud, sosiego  y apego a su anclaje. Son libres los animales de mar y tierra para, cada uno en su medio, elegir su camino, ir y venir, buscar alimento y decidir qué hacer en cada momento, aunque todo esté condicionado a su supervivencia. Son aún más libres las aves en su vuelo y creo que son las especies que mas han conseguido en este sentido. Volar siempre otorga libertad pues eleva el cuerpo y el alma, mejorando cualquier perspectiva.

La vida siempre oferta algún grado de libertad. De manera que cuando llegó hace poco el ser humano, ya partía con un grado de libertad acumulada en las especies y empezó a ejercerla de manera parecida a los animales y las plantas. Libertad para elegir el mejor método para sobrevivir y dirigir mi aprendizaje al objetivo de conseguirlo, sin importar ni buscar más que el bienestar de lograrlo, mientras no se sucumba. La libertad ajena ni siquiera entraba en consideración, ya que lo único importante era sobrevivir y a veces había que comerse al prójimo. Poco a poco los seres humanos fueron agrupándose para facilitar la supervivencia común. La agricultura, la ganadería y, con el tiempo, la industria han conseguido que las sociedades modernas crean tener garantizada la supervivencia y ya no es el alimento para subsistir la prioridad de cada día, aunque esto solo se pueda decir de las sociedades “avanzadas”.

Las cadenas colectivas se multiplican para un supuesto bien común y el ser humano queda inmerso en una sucesión de cosas productivas por las que pelear con una marcada estratificación de clases, posesiones, castas y graduaciones, con lo que se crearon abismos entre los seres humanos. Unos pocos teniendo y mandando y la mayoría subyugada en la cadena. La esclavitud privaba por completo (y sigue haciéndolo) de una nueva libertad a la que la mayoría de los seres humanos siempre aspiraron. Fue la consciencia colectiva la que la abolió, aunque aún persista oculta en nuestro tiempo. Seres libres, aunque sometidos, fue la respuesta de los poderes, cada vez más temerosos y conscientes del potencial revolucionario de las masas. Libertad e igualdad fue el grito de las que acontecieron y cambiaron el rumbo de la historia, historia llena de frecuentes épocas oscuras de dictaduras y opresiones que mermaban más aún el pobre grado de libertad alcanzado en las distintas naciones o estados del planeta.

La lucha por la libertad pública tuvo una historia en cada sitio, historia que aún continua, la cual define bastante bien el carácter de los pueblos o naciones. La gran desigualdad, siempre existente, hace que el seno y lugar de nacimiento sean determinantes en la concepción que se tenga del grado de libertad a alcanzar, a lo largo de cada vida. Sigue siendo básico para muchos el subsistir, lo que no deja anhelar grados superiores de libertad, más allá de lograr la subsistencia. Por tanto, siempre tuvieron razón los revolucionarios que gritaban por la igualdad, fraternidad y libertad como los grandes e inseparables logros sociales. Igualdad de condiciones para poder pensar en la libertad de igual forma, desarrollar un marco de convivencia que implique fraternidad y respeto por las mismas libertades que el prójimo ejerce. Ese siempre será el único límite de la libertad, el irrefutable respeto a la ajena. Pero debemos distinguir entre la libertad pública, o de la sociedad, y la privada, la íntima, la propia. No sé cuál de las 2 es más difícil de conseguir.

La libertad colectiva

La lucha por la libertad colectiva sigue en marcha, ya que los poderes no la estimulan, y aún la penan, incluso en un marco democrático. Cada sociedad, ha de luchar por conseguir un progreso no limitado de su libertad, haciéndolo compatible con un estado fraternal en el que prive el bien común. Pero esta lucha es la más pacífica de todas. Las revoluciones cruentas nunca cicatrizan bien en la sociedad. Los poderes, ya sean emanados del pueblo o usurpados a él, dictan sus normas y el pueblo, en general sumiso, las cumple en su mayoría pues comprende que peor es el caos. Se desarrolla un sistema judicial que administra justicia en los litigios que llega a ser punitivo para el que no cumple con las normas, quien puede llegar a la pérdida completa de libertad, o incluso la muerte. Pero claro, se han pasado muchas épocas y parece que no acabamos de aprender de los errores. La historia los refleja claramente. En una sociedad moderna y evolucionada, la libertad es exigible y, además, la debemos ejercer, para habituarnos a ella, para hacer irrenunciables sus logros. Pero para hacerla posible, es precisa la cohesión social, la igualdad y la fraternidad, lo que obliga a seguir la norma común a todos. Seguir normas no cuesta, y además no merma la libertad. Ya seguimos con naturalidad los mandatos de la naturaleza para que la buena función del organismo nos permita estar vivos y esa disciplina impuesta, como digo, no cuesta, nos viene dada.

Cómo va a suponer, pues, el orden colectivo una merma en la libertad individual. El individuo celular necesita ser libre para optar a la plena integración de su propio ser y esa decisión va implícita en sus códigos genéticos, luego de algún modo la obedecemos. Insisto, no resulta difícil obedecer para nuestro bien y el común. Yo creo que este grado de pacto no es difícil de alcanzar por la mayoría en un país avanzado, pero hay 2 cosas que lo dificultan. Por un lado, el mencionado atraso y desviación de la política y los poderes en el gobierno y en la elaboración de normas asequibles para todos. Se puede normatizar todo, pero para un pueblo sabio, cuantas menos normas mejor se interpretan y mejor se cumplen y juzgan. El papel del estado ha de ser como el de la iglesia, cada vez menos determinante. Pero no es así como ocurre. Los poderes se aferran a mandar y mandar y a seguir mandando, olvidándose del papel de servicio a la sociedad que debieran ejercer. No digo que no haya políticos honestos, pero siempre sucumben a las maquinarias de los partidos, o dimiten, y no se ven muchas dimisiones. El penoso afán de poder. Por tanto, no es lo mejor de la sociedad ni lo más honesto lo que nos dirige y esto sigue siendo un problema evolutivo. Por otro lado, lo difícil que resulta la igualdad entre los seres  de la sociedad. Si hablamos de igualdad de bienes, eso es una quimera inalcanzable, aunque absolutamente ficticia. Yo suelo decir con frecuencia entre mi gente que nada es de nadie y todo es de todos, aunque con el debido respeto. Nada es de nadie porque los bienes que poseemos son prestados, no se pueden sacar del planeta y los perdemos al morir. Todo es de todos porque está ahí para nuestro disfrute, aunque con el debido y lógico respeto, ya que todo es tuyo pero también mío, por lo que no nos lo podemos quitar. Pero tampoco es esta la tendencia que observamos, impera un afán posesivo de las cosas materiales impropia de una sociedad evolucionada. Aunque poco a poco se mejora en este tipo de igualdad, la total equiparación de bienes entre todos los seres de la sociedad es imposible, entre otras cosas porque de lograrse llegaría a ser injusto, como de hecho lo ha sido siempre, con los que más arriman el hombro y más responsabilidad ejercen dentro de la sociedad. Más bien deberíamos profundizar en la generosidad y en la implicación desinteresada por los más necesitados, algo por lo que la propia sociedad se mueve poco a poco. Pero hay otro tipo de igualdad por el que luchar más importante aún y con mejores trazas evolutivas. Y este es la igualdad de oportunidades para acceder al conocimiento, ya que si todos tenemos acceso, se equiparará poco a poco la capacidad de progreso individual. Esta es la verdadera igualdad a perseguir. Queda mucho aún, pero hay una tendencia observable, y no precisamente favorecida por los poderes, sino como fruto de los avances tecnológicos.

La libertad individual

Hablemos ahora de la libertad individual, la propia. Como digo, muy difícil de conseguir, entre otras cosas porque exige una trayectoria coherente a todo aquel que pretende conseguirla. Desde que la persona nace, todo un mundo de influencias se precipita sobre su ser, siendo determinantes en su época inicial, en la lactancia, infancia, niñez y adolescencia. El niño se va haciendo persona con fuertes influencias familiares, sociales, de la ciudad y del país en que vive y del tiempo y la suerte que le tocó vivir.

La influencia es tan grande que en todas las épocas ha habido una juventud rebelde que se abruma con tal grado de imposición que el sistema le plantea sobre cómo ha de vivir la vida. A toda juventud le gustaría replantear, pero resulta prácticamente imposible, por eso es siempre rebelde hasta cierto punto. Porque las rebeldías juveniles no pueden tumbar los fuertes sistemas establecidos, aunque dejan su influencia, y si lo hicieran acabarían siendo los nuevos impositores de un nuevo estilo único. Con el paso del tiempo, lo habitual es la aceptación, primero, y la acomodación, después, al sistema. Se crece con la acomodación, que suele ser conformismo y estabilidad sin muchas cuestiones que hacerse.Así, la mayoría de los seres maduran y transforman la rebeldía en bienestar propio o, los hay que lo centran en el bienestar ajeno- ya que siempre hay quien se dedica a los demás-, o en su búsqueda, un buen opio para la contribución social.

En definitiva, en acomodación se pierde influencia en el pretendido cambio y se renuncia en parte a umbrales más altos de libertad ansiada, donde aparece el conformismo, perdiéndose hambre de libertad individual. La vida aprieta, basta ya de sueños idílicos sobre un pensamiento libre que lo único que hace es complicarla. Pero es que, si grande es la influencia de los seres queridos en la infancia y juventud, más lo puede llegar a ser la del entorno en la vida adulta. La difícil convivencia crea un mundo de influencias sobre cada persona en el trabajo, en la esfera social y en la intimidad del hogar. Difícil, mantener un espíritu crítico sabiendo deslindarse de tanta injerencia en el desarrollo del pensamiento propio, dejándolo fluir libre y no mediatizado. Porque si la evolución de las personas es vehículizada por las influencias de unos u otros, se pierde la libertad de ser y cae su umbral de demanda. Se puede ser feliz y poco libre. El deseo de libertad es fácil de adormecer y diluir en aras de otros logros. Además, está el qué dirán, que hace que la gente finja y oculte con frecuencia por ese motivo y pierda así la oportunidad de mostrar la libertad que tiene de ser como es.

Se puede fingir un rato, pero toda la vida haciéndolo…Es urgente en la vida de las personas el descubrir que el qué dirán importa poco o nada. Es necesario apartar las influencias que nos frenan. No hay que hacer ostentación de lo que escandaliza, pero ser, pensar y desarrollarse propiamente es necesario para sentirse libre. Las personas y los tiempos pueden ejercer influencias favorables en esos desarrollos, claro que sí, pero en cuanto a convicción, y no en imitación, que implica máxima influencia. El pensamiento propio ha de ser crítico y coherente para progresar. Crítico porque no cabe el autoengaño, coherente porque este engaño siempre llega al no serlo. Es preciso abrirse a todas las posibilidades, sabiendo esquivar los prejuicios y los tentadores cantos de sirena. La consciencia propia de cada día nos sintetiza la situación, tanta libertad tienes, tanta puedes sostener…y tanta ansías, balance en general desequilibrado hacia estas últimas.

Yo no quiero la libertad de las plantas ni de los peces ni la de los animales más brutos del planeta, ya que están basadas en la supervivencia, ante la que apenas cuenta una hipotética libertad para todos. La libertad es para poder ser un ente propio y no un estereotipo fácil de seguir en el que es frecuente diluirse. Yo creo que la libertad exige la consciencia de la soledad para acostumbrarse a pensar sin influencia alguna. Si se logra conseguir el desapego a tanta visión posesiva de la vida para tener y tener. Si se logra el aislamiento mental para desearla, para ansiarla. Solo así, la coherencia va saliendo sin darse cuenta y, aunque a bajas dosis y con el tamiz del tiempo transcurrido, el tenue placer de poder contemplarlo, algo reconforta. Para ser libre hay que liberarse de todo lo que nos aprisiona consciente e inconscientemente. El qué dirán es una simple prisión para los que quieren refugiarse que resulta muy fácil de liberar si uno realmente quiere. El problema es ir elaborando en el pensamiento encadenado una consciencia y una respuesta propia a la vez que ética, aún apoyándose en los ejemplos que la vida ofrece, para afrontar cualquier dilema. Que la decisión, sea la que sea, sea genuina aún abierta a consejos, pero no influenciada. Quizás esa misma consciencia pudiera estar siempre latente en nuestro interior, imposible de concretar o adelantar, hasta que emerge. La vida es una explosión controlada por el vehículo del tiempo. La libertad también puede ser parte de esa explosión para agrandarse en nosotros, o puede ser convertida en cenizas ya consumidas sin capacidad de expansión.

Yo quisiera agrandarla cada vez que el tiempo pasa, cada día, y desde luego no renunciar a nada de lo conseguido. Pero es cierto que, en ese afán, uno encuentra a cada paso situaciones en las que el uso de la libertad propia puede herir sensibilidades ajenas. Es realmente tan dura esa percepción que es fácil renunciar al ejercicio de la libertad propia en asuntos triviales. También es cierto que la parexia del ejercicio de libertad en nuestros movimientos crea la hipotonía del afán. La libertad hay que ejercerla para ejercitarla. Como todo músculo, el ejercicio de la libertad exige entrenamiento diario, entrenamiento en basar las decisiones en ausencia de influencias, acciones reflexivas lo más propias posible son las que nos llevan a actuar en la libertad de decidir lo que creemos mejor.

Por eso, resultará duro herir sensibilidades con el uso individual de la libertad, aunque existan modos para suavizarla, pero ejercerla aún en lo trivial prepara para poder hacerlo en las circunstancias más exigentes. La duda  es reflexiva pero no debe paralizar. Cada postura conlleva un riesgo, el de equivocarse. Pero la decisión es más firme cuando es tomada en libertad y eso la hace más acertada en general. Por supuesto que me equivoco, como todo el mundo, pero lo asumo mejor si pienso que actué en libertad, lo que puede activar el análisis crítico de los errores. Seguir con el afán de libertad, en cualquier caso, estimula el umbral de libertad, el deseo de no ceder en la conseguida y la insaciable sed de aumentarla, por lo que la libertad puede considerarse como una droga de la que es mejor no escapar.

Es mejor estar drogado en libertad que dormido en su ausencia personal, que ser producto de la circunstancia, de lo que pasa… Si logramos pensar en libertad todos los días de la vida estamos en disposición de ejercerla y eso a nivel individual forja la libertad colectiva. Quizás, para estar unidos y libres, es preciso antes ser libres de forma individual. Al fin y al cabo, la libertad es un mandato de la naturaleza que hasta que no se consiga a niveles muy elevados no tendremos posibilidad de fortalecer la unidad de los seres humanos.

La libertad evolutiva
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