Apenas tengo tiempo de hablar y pensar sobre el tiempo…, apenas encuentro el momento  de bucear en esa dimensión para hacer un ejercicio analítico, tratando de comprenderla, de analizarla, de asimilarla, de concretarla y de aceptar su inexorable aceleración y consumación. Por todo eso quiero escribir sobre el tiempo, para aprender de lo consumido y atender a lo universal. De entrada, su percepción. Nada más relativo y, a la vez, nada más fugaz en la memoria y el recuerdo.

El tiempo lo asumimos cuando pasa, no antes, que aún no existe, y cuando ya ha pasado  lo archivamos en nuestro cerebro. El que está por llegar  solo espera para que lo desarrollemos. La memoria archiva el tiempo pasado, que es capaz de concentrarse, y lo convierte en pensamiento. Ese es nuestro tiempo vital, la más ínfima de las dimensiones del tiempo y, sin embargo, la única que no tenemos que intuir, sino vivirla. El tiempo universal, como el vasto espacio tridimensional, solo podemos intuirlo, jamás vivirlo. Pero por qué percibir algo tan efímero e insignificante y a la vez ser capaces de intuir o imaginar el tiempo universal.

El tiempo como dimensión puede ser entendible por escalas y su medición se asemeja, o se identifica, con el espacio y la materia. Lo milimétrico, o lo micrométrico e incluso lo atómico o interprotónico, son equivalentes espaciales a los tiempos en la dimensión vital, si ambos se comparan con la vasta inmensidad  de sus evoluciones conjuntas y simultáneas desde el “big-bang”…, son por tanto equivalentes, dimensionalmente hablando. Pero dentro de lo milimétrico o micrométrico de nuestra existencia también nuestro cerebro dimensiona.

En nuestra infancia, los atardeceres de verano parecían eternos y las siestas obligatorias se hacían un martirio, por su duración…¡cuántas veces el tiempo de nuestras vidas parece detenerse sin remisión…cuántas veces esperamos que el tiempo pase rápido para que llegue algo que esperamos desesperadamente!…y a la vez, ¡cuántas veces nos desespera la velocidad y el vértigo del tiempo acelerado que apenas nos deja disfrutar de los buenos momentos!…

Reloj, por favor, no marques las horas de los buenos tiempos… y a la vez , acelera en lo posible el paso de las malas situaciones, no me dejes sufrir la eternidad relativa de su persistencia…¡Oh tiempo volátil, no me atormentes con tu doble y opuesta percepción, siempre en contra de mis deseos de modularte!…¿Por qué no poder sentir acomodo a la infimidad de nuestro tiempo vital y estar siempre a remolque y a disgusto con su percepción?…Nuestro cerebro archiva lo milimétrico, que también denso, de nuestra existencia fugaz, pero también es capaz en nuestros días de medir y entender los eones del tiempo universal.

Sabemos cifrar el origen del espacio-tiempo en 13.500 millones de años y conocemos que nuestra estrella, de segunda generación, está a mitad de camino (5000 millones de años) de su existencia. No solo esto sabemos, sino que con el Huble miramos hacia atrás en el tiempo universal, como si de una fotografía de nuestra infancia se tratara.

En las fotos capturamos instantáneas de nuestro pasado, para ayudarnos a recordar y para confirmarnos que nuestro efímero pasado no es imaginativo, sino que fue real. Al igual que el universo, nuestras vidas son explosiones larvadas que se expanden por el vehículo del tiempo, única e inexorable autovía de nuestra expresión vital para llegar a la misma “nada” de las enanas blancas o los agujeros negros, basuras finales espaciales de las vidas estelares. Pero ¿por qué extrañarnos de esa similitud…, de ese dimensionamiento repetido entre lo pequeño y lo grande, entre lo efímero y lo eterno, entre lo recordado y lo olvidado o ignorado?. Quizás el secreto de la serenidad estuviera en la asimilación de nuestra infimidad universal, en lo atómico o incluso protónico de nuestro espacio vital. Por mucho que archivemos en la memoria de nuestras vidas y por mucho que con nuestro conocimiento actual del universo seamos capaces de forjar en nuestro pensamiento sobre el tiempo universal y sobre la relatividad de su transcurrir, nada influye ni corrige su expansión. Mejor relajarse, dejarse llevar y esperar tiempos buenos, que siempre llegarán, si no es en nuestras vidas, sí quizás en la de nuestros descendientes, nuestra única prolongación….

Apenas tengo tiempo ...

Pero dejando el porvenir, que aún no es nada, sigamos hablando del único tiempo que realmente percibimos, que no hemos de intuir sino que va desvelando nuestras vidas, como la música o el agua que fluye.  Hablemos sobre el tiempo que navegamos arrastrados por lo inexorable de su expansión.

En relación a él, solo podemos afirmar que es actual, que está en el borde o “edge” de su expansión…, mientras vivimos. El tiempo se expande con el universo y ahora viajamos en su vanguardia, momento efímero aunque siempre líder y fronterizo con la nada, que aún representa el porvenir. Al ser una percepción individual, lo podemos compartir pero lo dimensionamos diferente al archivarlo, aunque también esto es algo relativo.

Si nos referimos a lo que pudiéramos llamar nuestro tiempo actual, creo que todo el mundo percibe un estado de aceleración. Parece como si el planeta girase a mas velocidad y los días, las semanas, los meses y los años sean ya historia antes casi de que nos demos cuenta de haberlos vivido. Pudiera argumentarse que esto es fruto de la relatividad de la edad. La idea del tiempo de un niño es proporcional al suyo transcurrido, que es corto comparativamente hablando, por lo que resulta mayor, o su transcurso más lento, que el de un adulto maduro en el que ya un día es apenas nada proporcional a su existencia…. Apenas nada aunque potencialmente pleno de intensidad para ser archivado en la memoria. Las cosas pasan precisamente en días, semanas, meses y años, la geometría del transcurrir. Pero una cosa es el tiempo transcurrido y otra su velocidad, que actualmente sobrepasa los límites “permitidos” de la historia y parece acelerarse con riesgo de grave colisión. Parece como si la “nada” actual del tiempo que viene se avecinara con peligrosidad, por su rapidez. Quizás es que hay también una constante de aceleración en el tiempo.

Por lo que sea, yo creo que hasta los niños perciben la aceleración de su tiempo. De casa al cole y del cole a casa, pero a mayor velocidad cada vez los días se suceden. Aunque el verdadero vértigo percibido en la madurez pudiera pensarse que es relativo a la edad, yo creo que también es secundario a la visión cercana del precipicio final. No debiéramos marearnos con ese vértigo, sino aprovechar con intensidad lo milimétrico de cada día, aunque solo el pensamiento sea, ya que pronto dejaremos  de pensar. Pensar sin cesar, porque también el pensamiento archiva y orienta nuestro tiempo. Soñar porque es construir un mundo en nuestra mente aún no vivido, que ¿quién sabe si llegará?…

Y en cualquier caso, tan pensamiento es como el de la memoria y solo al no lograrse se desvanece en el olvido. Anhelar porque aviva la llama de la explosión estelar. Continuamente avivar por si engancha una traca final que, ¿quién sabe si resplandece?. La vida también es luz y luz quisiera archivar en mi memoria, solo luz y no las sombras para el tiempo consumar….

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