El ser humano enfermo sufre y, para ayudarle, parte de ese sufrimiento ha de pasar por nosotros, los sanitarios, tanto humana como profesionalmente, y esto hace que siempre estemos “tocados” en el corazón. Compatibilizar ese continuo toque con una vida propia que pueda calificarse como normal es tarea ardua y en general poco eficaz, ya que se sufre mucho y se hace sufrir a los que están a nuestro lado. Pero lo cierto es que no es para quejarse, porque vivir la Medicina de cada día es enriquecer el espíritu con constataciones sobre la realidad de las cosas que nadie al margen puede conseguir.

Desde que se inician los estudios de medicina, de enfermería, de auxiliares y técnicos sanitarios no hay nada que se tema tanto, y a la vez se desee tanto, como la llegada del acto médico. Al ser la Medicina una ciencia aplicada sobre personas, el papel individual para el que uno se va preparando no puede ser más complicado. Ninguna otra ciencia lo tiene más crudo. Saber mucho sobre algo, uno enseguida comprende que no es suficiente, aunque a la larga el estudioso posee mas información en sus decisiones. Es preciso pues, ser estudiante “for ever”. Pero esto es una añadida dificultad en nuestros tiempos, ya que el vértigo de los avances obliga a un continuo aprendizaje y adecuación a los mismos. La ciencia cambia y evoluciona a gran velocidad en nuestros días, de manera que no deja de incrementar el caudal de información que la humanidad actual dispone.

La Medicina es, como la Astronomía, una ciencia inabordable, inaccesible e incontrovertible, y la actual solo es la acumulada por el saber de la humanidad. Por tanto, Ciencia aplicada de carácter acumulativo y de avance rápido en los últimos tiempos. Yo sé que se precisarían varias vidas seguidas con sus experiencias acumuladas para que yo pudiera asimilar todo lo que yo debería saber en la actualidad, no ya lo que supe y dejé de saber, sino lo que hoy por hoy sé, cada mañana, en cada acto… Esto reconozco que es duro para cualquiera que se lo quiera plantear, porque todos, sin excepción, debemos saber mas. Pero como digo, no es todo el conocimiento adquirido en libros y revistas, y el que con ello se cuelga, (que conste que hay muchos), acaba siendo un mal médico por pasar su tiempo estudiando sobre lo que otros aplican en vez de aplicar él, y al médico dedicado tampoco le sobra el tiempo, de verdad.

 

Sector Servicio

El acto médico está tan lleno de matices peculiares que el saber solo es una parte de lo que disponemos para afrontarlo. Y no estoy exagerando en términos de responsabilidad, porque el no saber qué hacer en un momento dado no exime, aunque es frecuente en cada médico, lo admita o no.

Un acto médico puede resultar muy simple o muy complejo, pero siempre hay que afrontarlo bien despierto y avispado por muy simple que parezca. Y además tiene una connotación que le diferencia de cualquier otro reto profesional y es el de tener que aplicarlo sobre un ser humano enfermo y este es el único protagonista de la escena. Nuestro acto es pues un servicio. Qué maravilla poder servir, a veces, de ayuda a los demás. Qué maravilla poder servir… En España no sé por qué está mal visto servir y hay un porcentaje que se esmera en su servicio y otro que lo hace con desgana y a regañadientes. ¿Sería posible hacerlo así en el trato directo con los enfermos?.

Resulta penoso cuando eso se percibe. Mi respuesta a esta pregunta es NO. Yo siento el placer de servir cada día, poner mi granito de arena en la tarea de buscar el mayor beneficio posible para cada enfermo en particular y en cada acto con él. Pero esto es un privilegio.

 

           Grado de exigencia

Como es lógico, a los sanitarios se nos exige en cada acto la máxima preparación y las máximas dotes de concentración, indagación, sagacidad, memoria y capacidad deductiva, intuición, percepción, imaginación, tacto, agudeza visual y de oído, pulso…, ¡hábiles y combativos! digo yo siempre… y esto hay que procurárselo uno mismo cada día. Y al mismo tiempo, el servicio se hace dando toda nuestra ternura, cariño y calor hacia los que sufren y a sus familiares y transmitiendo confianza y profesionalidad. Responder adecuadamente a esta demanda social es una labor dura, muy ardua de conseguir cada día.

 

Despersonalización y actitud

Y es que la exigencia que uno asume es independiente de cómo te encuentres ese día o en ese momento, cómo hayas dormido la noche anterior, con qué grado de confianza te habrás levantado, cómo esté tu estado de ánimo, tu grado de cansancio, qué esté ocurriendo en tu vida o qué hizo el Córdoba el Domingo. Y esa despersonalización que uno ha de afrontar en cada acto es un rasgo generoso que se adquiere con facilidad y que dignifica, creo yo, al sanitario dedicado. Es entrega y profesionalidad. Y el que decide hacerlo de por vida sabe a lo que me estoy refiriendo. No, no es lo mas difícil la entrega y además es lo único que siempre podemos garantizar.

El único punto que podemos hacer inexpugnable en la batalla contra la enfermedad anidada en el enfermo es la entrega de todo el equipo médico, aunque en ocasiones somos conscientes de hacerlo contra el inexorable acontecer de las cosas que pasan, algo que tanto influye en cada acto médico. El acontecer, que extraño y complejo problema asociado. Siempre influye pero nunca puede controlarse, ni siquiera predecirse. El acontecer influye en Cardiología porque incidimos en las horas bajas de un ser en peligro y son muchos los que vienen a morir al hospital. Por tanto nuestro acto médico puede estar teóricamente siempre asociado a esa tremenda circunstancia. Terrible el verse envuelto, la mayor crudeza a superar.

Lo que yo sostengo es que para todo el espectro de actuación es precisa la misma actitud, no hay términos medios en los que se pueda aflojar porque la experiencia te enseña como las deducciones y los problemas surgen en la práctica muchas veces como y cuando menos te lo esperas. Por tanto, máxima atención continuada, incluso en el sueño, donde no se debe de dejar de estar atento a lo que nos puede despertar.

 

Intensidad vital

Un acto médico es entrar en la vivencia de otra persona enferma y vivir e incidir en su acontecer con el único ánimo de ayudarle, para lo cual nos responsabilizamos y siempre nos querríamos superar. Actos médicos hay miles pero muchos de ellos tienen que ver con un contacto físico y anímico con un ser en una fase débil, tanto física como anímicamente. Nuestra posición de mayor integridad física (no se sabe por cuanto tiempo) es de ayuda, pero no indemne al sentimiento en la relación. Nuestra vida circadiana pasa por muchas fases leves junto a otras más intensas. La intensidad vital se nota y se siente cuando se vive. En fases muy felices se vive intensamente, en fases muy tristes, desgraciadamente, también.

La vida médica es intensa y acelerada de por sí, pero además la enfermedad y su avance extremo, la muerte, son portadoras de una máxima intensidad vital y a todo sanitario dedicado esa intensidad le llega y le afecta cada día. En ocasiones es extremadamente dolorosa. Existe el recurso de poner como un escudo para protegerse anímicamente de esa extraña irradiación vital y puede decidirse no sentirla con una cierta frialdad profesional. Aunque puede ayudar a algunos, se trata de una irrealidad ya que la intensidad vital, como los rayos X, traspasa aunque no se sienta. Pero ¿qué hacer con ese extra de sentimiento que tenemos que manejar los sanitarios?… ¿cómo encajarlo en la rutina de un día tras otro? El sentimiento “desprendido” siempre afecta y alcanza al sanitario dedicado. Hay que estar muy cuerdo para sobrevivir. Pero con el tiempo, uno descubre que esa carga de intensidad vital que, de nuevo como con los rayos X, es acumulativa, lejos de perjudicar beneficia a la larga, llenándote de una riqueza espiritual muy íntima que sólo resulta alentadora en el empeño. Como contrapunto, millones de malos tragos, autoreproches de no haber sabido y desesperanza ante el vano esfuerzo.

 

            Relatividad 

Pero ahora quisiera hablar de un aspecto del acto médico, cual es su relatividad. La medicina aplicada es siempre relativa por la sencilla razón de que junto a nuestros conocimientos y pautas tratamos a personas con su individualidad de respuestas y matices, con su patología, su pasado y su destino. Además, la verdad de hoy en cuanto a las normas puede ser otra en el futuro próximo por mostrarse como más acertada, y mucho más en nuestros tiempos. La verdad médica es siempre cuántica y ondula a lo largo de los tiempos.

La Medicina ofrece guías de actuación tanto en los hospitales como en las sociedades científicas, pero estas no dicen nada acerca de la circunstancia personal a la que nos aproximamos, que resulta siempre tan propia y genuina que relativiza siempre nuestros actos.

Un ejemplo: Las guías o catecismos más prestigiados afirman que un paciente de 72 años con fibrilación auricular crónica está a riesgo de sufrir un embolismo cerebral, por lo que hay que anticoagularlo con dicumarínicos. En mi consulta he recibido muchos de estos pacientes y he de confesar que mi actitud ha variado de uno a otro según múltiples aspectos que he captado en la consulta o en la exploración. Pero también he de decir que, aún cuando cumplí las normas ví suceder lo no deseado, y es por ejemplo que el paciente sufriera un leve traumatismo craneoencefálico que nada hubiera supuesto de no haber estado anticoagulado.

De manera que las decisiones o propuestas que hemos de tomar son siempre relativas y están siempre sujetas a nuestro juicio crítico para ver si acertamos o no en nuestras decisiones. Y este es también otro aspecto importante, el de la autocrítica sin la cual no es posible aprender. Por eso, un rasgo fundamental del buen sanitario es su humildad. Tampoco es difícil llegar a ello, ya que desde que empezamos la residencia en el hospital todo está por saber y conocer y hay constatación diaria de nuestras limitaciones y de nuestros errores. Precisamente es con la superación de los mismos como mejor se progresa. Y esta visión diaria da mucho pie a la humildad, imprescindible para situarse y para aprender. La vanidad, tan extendida en los “popes” de la farándula, es siempre vista como bien ridícula y falsa, impropia de un buen médico. No hay que hacer menoscabo de nuestra posición ante los demás ni discursar con falsas modestias, solo es necesario sentirlo con uno mismo, para situarse adecuadamente y concentrarse en cada actuación desde una posición real. Es siempre más efectivo. Los gestos vanidosos condenan al fracaso y son mal vistos, al margen de su teórico poder, por la clase sanitaria. Pero es que además, tenemos la fortuna de vivir unos tiempos en los que todo el mundo tiene claro que en Medicina no hay más jerarquía que la de “la razón” y esta no es exclusiva de nadie  y de forma inexorable acaba por imponerse, más tarde o más temprano. De esta evolución hasta que la verdad se impone, también deberíamos aprender para acortarla.

 

            Seguridad

Pero hablemos de otra característica que es el sentirse también seguro y saber transmitir esa seguridad. Uno diría que no es compatible con una actitud humilde y autocrítica. Cómo representar ante el protagonista de la escena un papel tranquilizador y dominador de la situación cuando uno es sabedor de lo limitado de nuestra capacidad. Y sin embargo es un papel fundamental que hay que jugar, ya que va a incidir directamente en la moral del enfermo. Por supuesto, siempre le hablaré claro, le haré ver las distintas posibilidades, le advertiré de los riesgos, pero siempre trataré de infundir optimismo y determinación en el logro. No sé como esto se aprende, pero como todo el saber médico, quizás también se aprende con la práctica médica.

Un acto médico

Intuición

Que decir del valor de la intuición en este acto. Cuántas veces la intuición o el adelantamiento a los acontecimientos es lo que “saca las castañas del fuego”. Qué valor adquiere la agilidad mental y los mecanismos intuitivos tanto en la clínica como en la terapéutica. Yo siempre digo al equipo que empieza, no como broma, que tienen que desarrollar uno o dos ojos más, dos o tres brazos más y al menos una pierna más si es que no está ya desarrollada, porque los actos que hay que ejecutar han de dar salida a la vez a todo lo que el cerebro percibe y decide. Resulta para mí espectacular el ver actuar a mi equipo en el laboratorio de Hemodinámica. Ellos sí que desarrollaron “miembros” para actuar y “cerebros” para adelantarse. Pero está claro que la persona dedicada y entrenada siempre se tensa en percepción y rapidez, en indagación y en premonición. Einstein decía que la intuición es más importante que el conocimiento, ya que este es limitado pero la intuición abarca el mundo.

 

         Examen diario

En definitiva, el acto médico es un ininterrumpido examen al profesional cada día de su vida médica, es decir de su vida, que permite ir corrigiéndose poco a poco, aprendiendo cada vez y madurando en él mismo, siempre conscientes de la trascendencia, por rutinario que parezca.

Pero yo me acuerdo de cuando me examinaba en la facultad. La forma con la que lo afrontas resulta definitiva. Si vas cabizbajo, cate seguro. En la práctica médica llega un momento en que te familiarizas con examinarte todos los días y, aunque estés cargado de calabazas, siempre tienes que aprobar, es tu meta.

Cuando comienzas a ver que apruebas exámenes y que en ocasiones sacas nota, comienzas también a creer que puedes estar en esa competición. ¡Qué lucha diaria, diariamente autocensurada! … ¡Qué difícil llegar a casa con buen ánimo, señal de una aceptable autoevaluación! … ¡Qué difícil bregar con el…”si hubiera o hubiese…”! Es todo bien difícil, si señor, no pararé de repetirlo, que difícil llegar a ser un buen médico. Pero claro, uno entra en la competición al final con mentalidad deportista, como si de un jugador de élite se tratara. Y nadie puede extrañarse. A ver, si equiparamos un acto médico a un partido de fútbol, qué futbolista juega tantos partidos al día. Somos los atletas del acto médico y, por tanto, tenemos siempre que estar bien preparados y concentrados para ganar. Ganar siempre será la ambición del grupo, en el que incluyo al protagonista, el propio paciente. Sabemos que es posible perder aunque si todo está bien calculado será difícil. Pero ay amigo, las estadísticas siempre se cumplen y mas si cabe en cuestiones del corazón,  por lo que también llegan los empates como mal menor y las derrotas… ¿Qué hacer para sobreponerse?… El último resultado siempre influye en el ánimo del jugador y del equipo. Tras un pinchazo, la moral se viene abajo. Pero no puede ser, hay enseguida otro partido que no se puede ver influido por lo sucedido anteriormente. Es preciso rearmarse en tiempo récord y salir hipnotizado a ganar.

Esa es la palabra, hipnotizado y anestesiado para no exteriorizar el dolor y el malestar imperante en el grupo. No hay nada peor que eso. Cuando en ocasiones fallece alguien en el “Lab” la desolación es terrible. Tras la dura prueba de informar a la familia y reponerte tienes que inmediatamente hacer otro caso o pasar la consulta como si nada hubiera pasado, ardua pretensión la de tragarse un buen sapo sin que se te note. Pero esa es la fiereza de mi equipo, la que hace que por profesionalidad hay que afrontar un nuevo “match” para ganar sin contemplaciones, sin quejas y sin aspavientos, con la naturalidad del equipo ganador. Siempre me gustaron las parábolas del fútbol para aplicarlas a la acción médica y a la propia vida. Objetivos y objetivos para mejorar, para ir ascendiendo de categoría, para luchar por la UEFA, para jugar -por qué no- la Champions, para soñar en ganarla. Con ese espíritu deportivo veo yo la implacable lucha para superar todo acto médico cada día.

Por la mañana, al ir al hospital, siempre imploro a lo desconocido una fuerza mágica que me ayude en mis actos y decisiones, algo dado de fuera que supla mi debilidad para una mayor fortaleza ante la trascendencia diaria. En muchas ocasiones compruebo que esas peticiones se han concedido. Yo acepto la ayuda porque no es una fuerza para mí, sino para el paciente.

 

Mi gran suerte

Yo tengo que reconocer que he tenido una gran suerte en el desarrollo de mi profesión. En primer lugar por la época que me ha tocado vivir en la Cardiología. La denominada “cardiociencia” ha sufrido unos avances en los últimos 35 años que hoy por hoy cuesta trabajo creerlos y asimilarlos todos. Ha sido una época inédita en la historia de la Medicina la vivida desde los años 80 hasta la actualidad y ese vértigo, como el Universo, parece acelerarse. Ha sido por tanto una época de creación que me ha hecho disfrutar y admirar los logros del ser humano en un empeño tan justo.

Pero además, he tenido la gran suerte de encontrar el sitio y el equipo perfecto a mi lado. Vivo entre grandes profesionales sanitarios que formamos una “piña” en la entrega desinteresada al esfuerzo de mejorar, cada día, el sinfín serpenteante del acto médico. De ellos aprendo cada día y siento emoción y orgullo al verles trabajar. Una historia bonita y anónima se da entre el personal sanitario del servicio. Las auténticas motivaciones son íntimas, de ahí su anonimato. Pero también de ahí su fuerza y su magia, su disfrute colectivo, su eficacia ante el enfermo y su amargor ante las complicaciones. Todo intenso.

Que esta historia bonita se haya dado en Córdoba también me emociona, aunque no me produce sorpresa. El sueño de que la Córdoba perdurable confiera intensidad acumulada en tan cortos espacios vitales, no puede sorprender a nadie.

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