La identidad de todos los seres es consustancial al desarrollo de la vida. Aunque parte de esa identidad física es transmisible genéticamente, cada ser es único y genuino en su especie, irrepetible, ni siquiera los gemelos o los seres que pudiéramos clonar serían idénticos. Aunque físicamente iguales, seres diferentes. En la humanidad, si cabe, esa identidad es aún más fuerte. Nacemos con un yo muy marcado que en el transcurso de la vida conforma la personalidad individual. Crecemos en la persona y en la identidad.

Yo creo que soy más yo ahora que antes. Lucho, cada vez con más facilidad, para que de mí salga más mi esencia que mi herencia, aún sintiéndome orgulloso de mi herencia. Me gusta y me ocupo de indagar en mí. Nada que ver con el egoísmo o el egocentrismo porque, si acaso, más gusta y atrae indagar en los seres de los que aprendo. La identidad cognitiva es por tanto innata y consustancial a la vida. Y el intelecto colectivo es la suma de todas las identidades que han vivido, que aún viven y que han de vivir. Como el conocimiento adquirido pertenece a todos, la consciencia intelectual evolutiva es también común a todos. Es decir, somos únicos en la especie pero poseemos una consciencia intelectual colectiva que es acumulativa y evoluciona con el paso de la historia. Si podemos registrar y aprender de lo que ya ha pasado, es porque somos su continuidad. El intelecto colectivo que hoy día vivimos progresa geométricamente en el conocimiento. Pudiera decirse que tanta información acumulada supone una parte de la memoria de una mente colectiva. Un cerebro o consciencia común para todos nos daría una identidad superior sin merma de la propia esencia. El intelecto sabrá evolucionar para construir ese cerebro colectivo.

También ahora reflexionamos sobre la identidad de la forma de vida más elemental, la célula. Parece claro y rotundo que la poseen. De hecho, una membrana o frontera separa el interior del exterior, como en nosotros la piel, y al dividirse también se transmite. Es por tanto clara la identidad de la célula. Cabría pues preguntarse una vez más cómo es ese grado de acuerdo entre diferentes identidades para que la vida haya hecho posible los seres multicelulares y multiorgánicos. ¿Conservaron su identidad al formar parte infinitesimal de un ser superior al cual dan soporte? ¿Fue aquello una decisión colectiva labrada paso a paso?

Yo estoy seguro de que sí y además, mi vida médica me ha mostrado la inteligencia de los órganos, en concreto, del corazón. Luego existe un intelecto celular muy bien aprovechado para proporcionar identidad con y para el ser. Sé que el mayor logro de todas las células que constituyen y dan soporte a mi ser es, precisamente, el haber alcanzado una identidad común entre todas ellas, que soy yo, y mi identidad perdura desde bebé hasta ahora, es decir, a pesar de que las células de entonces ya no están  y son otras las que me sostienen. Desconozco el grado de renuncia al que llegaron para alcanzar mi identidad, pero sí me consta el empeño que ponen para que yo exista. No hay imposición alguna en esa determinación, sino voluntad libre y consciente. Así siento que sienten mis células y yo, ser global para ellas, se lo agradezco.

somos únicos en la especie pero poseemos una consciencia intelectual colectiva que es acumulativa y evoluciona con el paso de la historia
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