Nadie podía adivinar lo que se avecinaba. El transcurrir de la vida no va anunciándonos lo que va a suceder pero lo cierto es que, sin esperarlo, la humanidad quedó sumida en una terrible crisis de duración desconocida y de grandes repercusiones que, necesariamente, modificarán el enfoque con el que hemos de abordar el futuro. Tenemos que prepararnos para cuando todo acabe. Ya nada será igual y tendremos que rediseñar y acostumbrarnos.

Pero antes que nada, analicemos brevemente el mundo de ensoñación que la humanidad vivía, en el que se podía agredir a la naturaleza, alterar sus ecosistemas, acumular y esparcir nuestros desperdicios, perjudicar el mar y la tierra, alterar la biodiversidad, talando selvas y quemando petróleo por doquier y asfixiando nuestra atmósfera. Todo ello  sin que nada importara  a los gobernantes de los estados, aunque sí a la consciencia de los pueblos que en vano advertían. La ciencia tiene claro que el calentamiento global nos lleva al desastre y amenaza la propia vida en el planeta. El desarrollo tecnológico nos llevó a un mundo de continuo movimiento, intercambio y contacto que no quería ser consciente de que aumentaba las emisiones en progresión geométrica. Viajar a cualquier parte del mundo era maravilloso pero en la aventura no pensábamos el CO2 emitido en nuestro vuelo. Un número inconmensurable de aviones surcaban permanentemente los cielos de todos los territorios del planeta. Las empresas y fábricas emisoras apenas tenían en cuenta la contaminación que originaban a toda la población y a la propia atmósfera, sólo privaba la explotación. Nuestros vehículos nos transportaban mientras no paraban de contaminar, lo que era especialmente duro en las grandes ciudades. El consumo de las energías fósiles y su búsqueda inmisericorde aumentaban sin encontrar soluciones o alternativas. La búsqueda de energías limpias era una quimera, aunque era un claro objetivo en marcha, aún de forma algo tímida. También, sin duda, el continuo intercambio presencial y los contactos han sido muy positivos para toda la humanidad desde los años 70 del siglo pasado hasta el comienzo de esta crisis, lo que parecía anunciar una tendencia a la homogenización mundial. La vida en el planeta seguía su evolución de una forma aceleradamente destructiva por parte de la humanidad, siendo regida por muchos políticos negacionistas (“America first”). La especie humana influía poderosamente en la evolución de la propia vida en el planeta pero lo hacía de una forma negativa, desechando el poder hacerlo de forma favorable e inteligente para sostener la vida y potenciarla en todas las especies.

La historia de la evolución nos demuestra que cuando la vida encuentra problemas,  genera remedios para solucionarlos. Con su propia regulación, se originan plagas, pandemias y desastres que parecen querer frenar al agresor destructivo, restaurando así el equilibrio. El virus no invade plantas ni otros animales. Invade al ser humano y se asienta en él proliferando y transmitiéndose con facilidad. Es vida también la viral,  la que nos invade, y también lo fueron otras plagas y pandemias. La superpoblación humana y, sobre todo, su creciente actividad destructora, son propicias para que algo  la naturaleza se vea obligada a hacer para restablecer el equilibrio. Hay quien piensa que las guerras y otros desastres naturales obedecieran también a mecanismos regulatorios de la propia vida en el planeta, para mantener el equilibrio. Lo cierto es que su especie más avanzada, la llamada vida “inteligente”, lejos de aplicar el conocimiento para preservar, avanzaba en la destrucción sin tener en cuenta el daño ambiental, teniendo además siempre la amenaza de posibles desastres nucleares.  No más pestes, guerras, exterminios ni pandemias. Escuchemos la voz de la naturaleza para preservar el planeta. El pensamiento humano debiera reflexionar. La vida constata sus errores y los abandona en su gemación, o extingue sin compasión. Si influimos en la evolución de la vida que sea positivamente, hacia el equilibrio.

Pero hablemos de la transformación a la que la crisis nos ha llevado. En primer lugar la mortalidad exacerbada de la pandemia en todo el mundo, cebándose en pacientes crónicos y en ancianos. Drástica y dolorosa pérdida de población que suma y sigue mientras dure la pandemia. Como si de una larga guerra se tratara, bajas y bajas en el frente cada día. También, los largos periodos de recuperación, algunos con secuelas, de todos los que padecieron la infección y curaron. La lucha por obtener una vacuna en el mundo científico es algo prioritario pero aún cuando llegue no sabremos el grado de eficacia ni el tiempo de inmunidad. De manera que desconocemos el tiempo que durará la convivencia con el virus, un estado de crisis mundial prolongada que afecta a toda la población y a tantas cosas. Imposible enumerarlas, pero todos sabemos lo que han cambiado nuestras vidas. Las pérdidas económicas hacen cerrar empresas y comercios creando paro y disminuyendo el PIB nacional. El paro y la angustia del desempleo se disparan sin que nada hagan al respecto los gobernantes, poco centrados en la realidad y en sus responsabilidades. Las distancias personales, junto a las mascarillas, nos separan y nos ocultan la cara. Es preciso ver a poca gente. Hay distancia de seguridad. En cambio, las convivencias prolongadas en confinamiento pueden también generar problemas en las relaciones. Los contactos personales decrecen al mínimo, ganando terreno en su ausencia la comunicación y la enseñanza digital, con sus ventajas e inconvenientes. Los viajes lejanos se acabaron, o quedan para una élite adinerada de una forma excepcional, tal y como ocurría en los años 60-70 del siglo pasado. La drástica disminución del tráfico aéreo junto a la ralentización de la actividad humana han mejorado la atmósfera en solo unos meses, lo que es una demostración palpable de que sabemos bien cuánto contaminábamos y cómo podemos reducir los niveles. El intercambio personal se ve reducido a la mínima expresión, lo que es muy duro de aceptar en la mentalidad latina. Los países nórdicos tienen menos dificultades ya que están acostumbrados a un aislamiento climático, aunque disfrutan de lo lindo cuando vienen a nuestras latitudes. La convivencia ciudadana en las calles, su cultura, tiene mucha relevancia en nuestro carácter latino y soñador. Solo podemos añorarlo y recordarlo, por el momento. El caso es que hay que aprender a aislarse un poquito. La vida desenfrenada que llevábamos no dejaba mucho tiempo para la reflexión y para la introspección. A solas se piensa mejor, se juzgan mejor las cosas. De manera que yo pienso que habrá una introspección personal en cada uno de nosotros a lo largo de la crisis y otra colectiva para hacer posible un enfoque adecuado a su salida.

En relación al aspecto personal, hay dos actitudes: de un lado, es normal que uno se abandone por completo a las noticias de cada día, “del día de la marmota” diría yo, con toda la tristeza que eso conlleva, con los recuentos de cada día y con las confusas consignas y normas de tantas administraciones para evitar contagios que se desdicen con frecuencia y que suelen des-oír a los expertos, a los verdaderos científicos. Siempre decisiones tomadas por políticos, en ocasiones para perjudicar a otras administraciones. Terrible de mantener en el tiempo ese abandono. Por otro lado, se puede asumir la crisis como una dura época que hay que atravesar y en la que se hace posible y necesario una buena introspección. Indagar dentro de nosotros permite analizar todo lo que hemos vivido, disparar los recuerdos y ensalzar a los seres queridos, a la buena gente y a los viejos tiempos, aquellos de intensa vitalidad. Recordar es revivir la película de tu vida y en ella siempre hay imágenes muy bellas y muy sentidas. Mirar el pasado con serenidad y aceptar lo que eres, también permite hacer planes para mejorar y seguir creciendo como persona. Se dice que en tiempos de crisis siempre han surgido creadores artísticos y científicos que marcaron épocas. Y es que quizás su obligada introspección es la que origina y da salida a sus creaciones. Por tanto, la introspección personal en el aislacionismo es casi algo obligado para toda la humanidad. Lo que teníamos, lo que tenemos y lo que podríamos llegar a tener en el futuro si hacemos las cosas bien colectivamente. Pensar y leer parecen estar destinados a ocupar nuestro tiempo libre a solas por mucho tiempo, pudiendo sacar partido de ello. La reflexión y la determinación de salir bien de la crisis también se hacen necesarias.

Hablemos ahora de la introspección colectiva, la que se tiene que dar para poder salir bien de la crisis. La humanidad entera debe de exigírselo así a los políticos. La ciencia, no los políticos, es la que nos debe guiar. No podemos volver a lo mismo de antes. Yo creo que la inmensa mayoría de las personas que habitan el planeta Tierra estarían dispuestas a que un comité científico mundial de sabios marcara las directrices de un mundo en el que 1) disminuyéramos la posibilidad de otra pandemia, saber prevenirlas y extremar los sistemas de alerta (otros virus amenazan con mutar e invadir) ,  2) disminuyéramos las emisiones hasta equilibrar la atmósfera, buscando a la vez otras energías que abundan gratis, como el viento, las olas y toda la inmensa luz que nos llega de nuestra estrella y 3) preservar y ordenar la vida animal y vegetal, tanto en tierra como en mar y en el aire. Creo que la Unión Europea lo tiene bastante claro pero América es otra cosa. El país más contaminante y más poderoso del mundo, se había desmarcado por completo de la necesidad global de disminuir las emisiones. Una gran noticia nos ha llegado y es que uno de los peores políticos del mundo, que ha negado tanto la repercusión de la pandemia como la necesidad de disminuir las emisiones, Donald Trump, se va a su casa. Gran triunfo para los americanos y para todo el planeta. Pero la introspección colectiva consiste en un alto nivel de exigencia popular. Los políticos locales y nacionales han de ser meros administrativos de un poder global, planetario, formado por científicos y sabios filósofos que siguieran las pautas adecuadas de la preservación.

La crisis que vivimos debería proporcionar a la humanidad la oportunidad de evolucionar como especie de una forma “cuántica”. En el vocabulario que manejan los paleontólogos y neo-darwinistas se encuentra este término. Existen determinadas formas evolutivas de las especies. Las hay que lo hacen de una forma lenta y lineal, por cambios genéticos que precisan tiempo. Las especies viven en su hábitat en una zona denominada adaptativa. Si salen de ella entran en una zona de inestabilidad en la que los cambios han de ser más rápidos para llegar pronto a otra nueva zona adaptativa. Estas transformaciones o saltos más aceleradas en las especies se denominan “Quantum”. Y en nuestro caso, desde los australopitecos, los homínidos hasta homo sapiens los paleontólogos encuentran en los fósiles gaps evolutivos que sólo parecen poder explicarse mediante saltos cuánticos en las propias especies hasta alcanzar nuevas zonas adaptativas de una forma rápida que no deja fósiles. Quizás ahora la humanidad debiera abandonar la anterior zona adaptativa para dar un salto evolutivo cuántico. Como menciona en su libro “Vida, la gran historia” el gran Juan Luis Arsuaga acerca de la evolución humana, estos cambios no serían propiciados por la implicación de genes, sino de “memes”. “El meme es una canción, una moda, un estilo, una tecnología, una pauta de conducta que se propaga saltando de un cerebro a otro”. La humanidad precisa un gran “meme” que se propague de mente a mente y que indique una pauta de conducta colectiva acorde con el saber, con lo que la ciencia hace aconsejable. El salto ha de ser rápido, cuántico, para salir pronto de la zona inestable y alcanzar cuanto antes otra zona adaptativa en la que la inteligencia colectiva sepa estar en equilibrio con nuestra atmósfera y con el resto de la vida en el planeta. Será de nuevo la ciencia la que nos saque del atasco, la que genere las vacunas, la que prevenga nuevas pandemias y la que obtenga del Sol la energía que la humanidad requiere. Los propios poderes torpes que asfixian y hartan debían también de contagiarse de ese “meme”, lo que haría cambiar los rumbos. Por tanto, ciencia y sólo ciencia para dirigir.

La salida de la crisis nos obliga a contagiar ese “meme” de actitud y pauta de conducta. Si la transmisión llega a ser global, (como si de otra pandemia se tratara), nos forzaría a dar el ansiado salto cuántico en la evolución humana. Ya después, de una forma lenta, los genes consolidarán lo que los “memes” aventuraron. Creo que así debería orientarse la introspección colectiva causada por la pandemia. En tiempos de crisis es bueno reflexionar…

En tiempos de crisis
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