En los tiempos en los que la angioplastia con balón era el único método de tratamiento intracoronario, existían dos problemas fundamentales que disminuían la eficacia del tratamiento percutáneo. Una era la oclusión aguda o subaguda de la arteria tratada, lo cual ocurría en un 5-7%de los pacientes tratados, con el consiguiente infarto y la necesidad de un nuevo cateterismo o cirugía urgente de rescate. El otro, la incidencia de reestenosis en la placa tratada, bien por remodelado vascular adverso con vasoconstricción o por excesiva proliferación neointimal en la cicatrización de la herida vascular ocasionada, lo cual ocurría entorno al 30-40% de los pacientes.
Implantación de stents metálicos
Al principio de los años 90, surgió el stent metálico que redujo estos porcentajes de oclusiones subagudas y reestenosis de forma importante. Los stents efectuaban una forzada y aguda remodelación del vaso tratado. A modo de andamio de la pared vascular, se forzaba al vaso con el stent metálico a no empequeñecerse tras la expansión con balón (remodelado adverso) aunque también a no vasodilatarse. Al mismo tiempo se introducía una endoprótesis metálica con fuerza radial para sujetar y comprimir la placa tratada. La reconstrucción intraluminal era más perfecta, pero añadía un nuevo problema a resolver, ya que había que contrarrestar la tendencia trombogénica del metal introducido. Con un manejo adecuado de fármacos antitrombóticos en pacientes tratados con stents se redujo la oclusión subaguda a un 1-2%, aumentando el éxito inicial y reduciendo la incidencia de reestenosis al 25-30%. En este caso, la reestenosis era siempre secundaria a excesiva prosliferación como respuesta al proceso cicatricial.
El tratamiento con stents tuvo un gran desarrollo y cúmulo de estrategias para fijar un segmento arterial en cualquier condición anatómica de los vasos. Se desarrolló el stent en las bifurcaciones, en las oclusiones crónicas y agudas, las lesiones largas o en vaso pequeño, en el tratamiento del infarto agudo o en la angina inestable o en localizaciones aún no abordadas, como lesiones de tronco coronario izquierdo, las más graves y amenazantes. También se desarrollaron técnicas de imagen y flujos intracoronarios que hicieron comprender aspectos desconocidos hasta entonces, como una aposición a la pared arterial inadecuada. Todo ello repercutió en una mejora de los andamiajes que hizo mejorar los resultados.
En la actualidad, el stent inerte metálico se sigue utilizando. Fundamentalmente en aquellos pacientes que no pueden mantener un régimen antitrombótico prolongado (superior a 1 mes), por comorbilidades o por cirugías pendientes que son necesarias para el paciente. En este caso se estima que una capa de neoendotelio ya ha cubierto las patas del stent si este no está medicado. Lo aprendido del stent metálico inerte sirvió mucho para el desarrollo ulterior de los stents con droga. Realmente, todo concatenado, y con paralelismos en el avance en el conocimiento de la fisiopatología vascular y su reología, de la anatomía de las placas, de su contenido, y de un sinfín de aspectos que mejoran día a día el tratamiento con stents.