Dicho generalmente acerca del tiempo, el transcurrir es un pasar, un avanzar, un deslizarse, un suceder, un acontecer. Nuestra vida no para de, simplemente, transcurrir o fluir por un continuo desarrollo que la va impulsando. A mí, me resulta curioso contemplar los caminos por donde circulamos mientras vivimos. No ya solo de los que he transitado y me restan por recorrer, sino del mismo tránsito de los seres coetáneos e incluso de los que ya vivieron, analizando su historia. Si decimos que nuestra vida se va deslizando quizás pensamos en algo suave y agradable. Aunque en fases pueda percibirse así, la vida transcurre generalmente entre vericuetos donde cuesta caminar.

Caminamos por lugares ásperos y quebradizos que dificultan el avanzar. Abrimos nuestro tiempo que va llegando al acontecer, a lo que suceda en cada instante de nuestra vida. Pero también surge la posibilidad de hacerlo hacia lo que proyectamos, allí donde nos dirigimos, aunque sea  ninguna parte. Nuestro transcurrir tiene un comienzo al nacer y un final al morir, por lo que el viaje en sí es toda una continua sucesión de un instante tras otro, siempre en vanguardia de algo que vamos descubriendo cada día.

Pensemos pues en las características de cada instante porque son los ladrillos de nuestra construcción.

El instante

Las características de cada instante no cesan de cambiar. Los cambios pueden ser cíclicos y fisiológicos, influidos por los ritmos circadianos (cada hora, cada día, cada noche, cada mes, cada año…) o también evolutivos, propios de cada persona, lugar o circunstancia. Para afrontarlos, creo que es bueno considerarlos todos ellos, porque los hay nimios e intrascendentes, casi rutinarios, que simplemente se suceden, pero también los hay intensos y plenos, que llenan de razón nuestra existencia. De manera que, para afrontar el próximo instante partimos del actual, que es conocedor perceptivo, no solo de lo que nos rodea (mundo exterior) sino de lo que nuestro organismo vivo es, siente y piensa en este preciso instante (mundo interior). Además, es también portador de todo un bagaje de lo vivido. El tiempo ya vivido es también llevado en nuestra mente, de ahí la consciencia acumulativa de cada instante. Esa consciencia consiste en un sentimiento de ser y estar, de discernir que somos únicos, inmersos en un dibujo de la realidad y de nuestro lugar en el mundo, justo en el instante de partida. El siguiente instante sólo espera listo para suceder.

La realidad

Como seres materiales del universo que somos, estamos formados por átomos que se juntaron para formar nuestros cuerpos, con nuestra mente a cuestas que se ve obligada en cada instante a dibujar una realidad, la nuestra, la fabricada desde el mundo perceptivo y cognitivo. Pero en realidad existen diferentes realidades. Nadie percibe la realidad de la misma forma. De hecho, pueden cohabitar diferentes dibujos, entre las cuales elegimos uno, nuestra realidad. Los físicos cuánticos también investigan la realidad de las partículas que forman los átomos en movimiento. Al considerar que son ondas, existen diferentes posibilidades de encontrar a la partícula en un momento dado por lo que existen diferentes realidades o caminos del movimiento. Según ellos la realidad cierta es la suma de todas las posibles. Recientes investigaciones en neurociencias describen la consciencia del momento como una forma de “alucinación controlada” en la cual nuestra experiencia de la realidad surge de nuestro interior. Nuestro sentido está formado por la información sensorial junto a una organización cerebral que construye nuestra consciencia instantánea. En este sentido nuestra experiencia en cada momento es una especie de alucinación, aunque controlada por la mejor descripción que nuestra mente puede hacer de nuestro entorno inmediato junto a un mundo mucho mayor de recuerdos, pensamientos e información codificada de cada ser.

El problema del transcurrir es que consume tiempo, por lo que la realidad personal es un continuo sucederse a sí mismo en todas sus escalas temporales, desde un momento tras otro, hasta día tras día, pasando siempre por la desconexión nocturna y sucesiva, cada año, cada lustro, cada década…, todo así, sucesivamente. El devenir genera actitud. Y ante la actitud, diferentes posibilidades para tomar, como las partículas atómicas. Hagamos como ellas hacen, sumémoslas.

Cronología

El continuo transcurrir en la infancia y adolescencia es un puro acontecer, simplemente sucede lo que nos pasa. Mucha parte, excesiva, de la humanidad sufre un transcurrir de guerra y destrucción donde sobrevivir es cuestión de suerte y destino. Pero en general, en países pacíficos el niño acepta con agrado el acontecer plácido y llevadero que le plasman sus mayores. Es gustoso dejarse llevar para ir orientándose en la vida. Porque muy pronto descubren que el acontecer conlleva un mundo competitivo donde la influencia de los demás va a ser determinante en su desarrollo. En edades tempranas el transcurrir es lento y repetitivo. Nada importante puede suceder que no sea el cariño del entorno, algo fundamental donde agarrarse. En esas fases, comienzan a descubrirse los tórpidos vericuetos por los que es preciso caminar para progresar en la vida. Es enfrentarse al acontecer como la llegada de un instante tras otro, junto a pasar por continuos ciclos repetitivos. Pero también es hacerlo a los retos que forjan la actitud. Comienzan a comprender que el rumbo a seguir por los vericuetos no debe ser acomodaticio a los caminos más sencillos y suaves, sino mantener la actitud de alcanzar metas, no importa por donde vayas. Los momentos cíclicos y repetitivos pasan a formar parte de algo esencial, que es la formación. Se precisa de todos esos momentos superfluos para orientarlos a algo útil, como el estudio o el trabajo. Cada vez más, perseguimos fines que precisan la dedicación de todos los instantes intrascendentes, todos ellos orientados a la formación y al conocimiento.

También para muchos, la elección de un transcurrir por los vericuetos fáciles y sencillos llenan de descanso y ocio la búsqueda de los momentos preferidos. Todo sencillo y repetitivo, improductivo, de muy baja intensidad, pero cómodo.

Ya en la edad adulta, acostumbrados a la dureza de los vericuetos, proyectamos nuestra vida a cortas y largas metas, aunque siempre influidas por aconteceres no previstos que surgen en cada época, en cada vida. Las enfermedades y el sufrimiento anímico, lo peor. Siempre estamos sujetos al acontecer, pero cada vez más hábiles para dirigir nuestras vidas. Para ello, resulta importante el transcurrir del pensamiento hilado. Los pensamientos no son estancos, siempre fluyen y nacen del interior. Además, disponen de todo el bagaje vivido, los recuerdos y todo el poder imaginativo del que se sea capaz. Las búsquedas son siempre muy personales y diversas. El mundo externo del que nos rodeamos también influye en general. Las personas íntimas, la gran clave individual. Mi amigo Pepe Rico siempre decía: “estate vivo y pensante”.

Vivir sin pensar se asocia a la comodidad a la que antes me refería. En cambio, el pensamiento hilado y sostenido, solo interrumpido por el sueño diario, hace crecer a la persona. Cuando el transcurrir del pensamiento es capaz de tolerar y asimilar todo un mundo exterior y a la vez fomentar y disfrutar del mundo interior que se está haciendo aflorar, se está creciendo. De una cosa a la otra con un buen gesto, pero a la vez imbuidos en un trasfondo pleno y consciente. La intensidad en el pensamiento genera múltiples cuestiones que son difíciles de responder, pero el solo hecho de querer discernir le puede proporcionar respuestas no esperadas que incluso pueden surgir en los sueños. En sueños también se piensa y más sobre lo que nos perturba o incomoda, como las cuestiones que nos hacemos.

Los caminos

Los vericuetos del transcurrir son bien diversos, siempre áridos y complejos de atravesar. Vivimos un mundo hostil de guerras, insultos y agravios propios de otros tiempos. La interrelación entre los países y las personas, penosa y preocupante. La de nuestro entorno, fundamental adaptarse. Saber rodearse de seres queridos en el entorno, la familia y en la intimidad resulta básico. No hay pulmón más oxigenador que el calor de los seres queridos y ese aliento ayuda mucho. El mundo laboral ya es otra cosa. Por lo general es competitivo y lleno de maldades egocéntricas. Sin embargo, yo he vivido armonías de grupo con objetivos comunes que son avanzadillas de lo que está por venir. Fuera de personalismos, hacer cosas en equipo es eusocialidad y beneficioso para todos, aunque suele haber un liderazgo, no por cargo sino por prestigio. También los hay que torpedean los objetivos comunes, simplemente por joder. El mundo laboral promueve vericuetos de extrema dificultad para algunos valientes que lo transitan y solo el tiempo es capaz de reconocerlo y recompensar, aunque muchas veces ni eso. Sin embargo, esas dificultades también estimulan a los pertinaces que aprenden a dirigir y enfocar su transcurrir al logro de sus objetivos.

Pero el tiempo modifica todo. En cada nuevo instante el pasado es solo recuerdo que pierde vigencia de realidad en una actualidad distinta. Aunque asumimos lo vivido, surgen nuevos retos que han de pasar por vericuetos distintos, no conocidos, pero no exentos de dificultad. Comienza uno a estar bastante harto de un transcurrir por vericuetos áridos y difíciles para conseguir cualquier cosa. Pero también es cierto que el que se ha fajado en los caminos duros tiene entrenamiento necesario y sabe cómo hacerlo. En fin, la vida de las personas transcurre por múltiples caminos, algunos insospechados. En relación a la actitud, la personalidad marca los rumbos, que además pueden ser cambiantes y sinuosos. Hay quien se hace experto en el engaño y la mentira como una forma de ser, lo que le reporta beneficios sociales y materiales. Sin embargo, más pronto que tarde son pillados en el engaño, aunque poco importe en la actualidad. Parece que se acepta la mentira como cambio de opinión. También, como si todos mintiéramos, lo cual no es cierto. Un mundo avanzado sabrá como eliminar estos planteamientos por detección precoz. Por otro lado, hay muchos seres humanos cuyas metas inmediatas son muy básicas, incluyendo la supervivencia. Personas sin hogar ni manutención. Terrible que así siga sucediendo. Sin duda, los vericuetos más duros de atravesar. Por el contrario, hay también muchas personas y organizaciones cuyos fines son la ayuda a los demás sin nada a cambio. Esto dignifica a las personas que siguen esos rumbos porque supone renunciar a objetivos personales para llevarlos a los de los necesitados. También el auténtico mundo sanitario surca esos complejos vericuetos y se hace experto en dar cariño y profesionalidad a los que pierden el mayor de los bienes, la salud. Da un sentido a la razón de ser.

Aunque sean caminos temporales, también existe la atracción al riesgo y la aventura, algo que el que la prueba siempre quiere repetir. En busca de momentos intensos, apenas reparamos en el riesgo que pueden conllevar ni en el arduo camino a recorrer. La adrenalina generada produce una gran satisfacción, aunque sea momentánea y, como una droga, predispone a repetir. También aquí cabe el mundo del deporte, con importantes sacrificios para poder competir ya sea individual o colectivamente. Sólo implica la suficiente juventud y un gran sacrificio, pero hay quien se convierte en ídolo, como nuestro gran Rafa Nadal. Habría que preguntarle por los duros vericuetos que ha tenido que pasar a lo largo de su vida deportiva. Un verdadero ejemplo de persona a seguir. Y ya puestos a hablar de actitudes hagámoslo sobre los que persiguen dinero y poder. Absolutamente lícito el que lo consigue a base de esfuerzo, tenacidad y honestidad. Crean riqueza y la generan en los demás. Los verdaderamente honestos conforman los pilares de la sociedad. Sin embargo, los que se regodean en el dinero o el poder alcanzado, siempre quieren más. Tener y tener para después perderlo todo al morir, o antes. Los del poder, peor aún. Casi siempre poco honestos en sus partidos (para poder medrar) cuando ascienden por esos tórpidos vericuetos del poder se vuelven raros, egocéntricos y se niegan a abandonarlo, lo toman como una profesión, chupando siempre de los demás. El único poder válido (que no suele ser tomado) es el proporcionado por el prestigio de haber hecho las cosas bien fuera de la política, lo que le hace válido para lo público de forma temporal. Todo en la vida es por un tiempo, nada o casi nada puede perdurar. Pero siguiendo con los afanes de las personas, hay quien los orienta a la búsqueda de la belleza y el arte, lo que es un auténtico privilegio. En general, labrado con determinación y siguiendo rutas nada fáciles. Esta actitud conlleva curiosidad, una característica humana aguda y esencial que muchos fomentan y agrandan en vida.

Curiosamente, los vericuetos del mal son fáciles y sencillos, no cuesta mucho progresar por ellos. Una vez superado lo inicial, se crea una cierta adicción. En nuestro insólito siglo XXI el mal sigue activo y creciendo. No ya solo entre naciones sino entre las personas. En ese juego de las realidades hay quien opta por una “alucinación descontrolada” que les facilita la fechoría. La realidad instantánea de cada ser vil conlleva su absolución con toda facilidad. Se hizo aquello porque era necesario para que yo progrese en la vida. Todos podemos, en la construcción de la consciencia momentánea, hacer un cierto mal y absolvernos sin problema, justificarnos. Por eso resulta imprescindible tratar de hacer nuestra alucinación como controlada, la realidad nuestra, la propia y sin engaños. Si estos se suceden y se suceden ya no hay forma de salir del círculo del descontrol. El bien, que también existe, cruza siempre vericuetos ásperos, difíciles y empinados. Exige mucho mundo cognitivo emprender esos caminos para que la sucesión del yo instantáneo defina un ser bueno. Pero mucho más que eso se precisa para superar al mal, que juega con otras cartas. De manera que el bien en la vida sigue caminos pedregosos por los que cuesta progresar. Tenemos que mejorar y facilitar su tránsito.

El bien planetario tiene mucho que crecer. Su realidad también. Y al hablar de realidad planetaria habría que conformarla con un cambio gestual de la humanidad entera. Vayamos a donde vayamos, acontezca lo que sea, cada individuo debería adoptar una actitud de bondad y un gesto amable y dialogante. Tener el gesto amable no cuesta nada y debiera ser nuestra gimnasia diaria para hacer gratas todas las relaciones. Tampoco cuesta tanto caminar por los vericuetos de la bondad, solo hay que practicar para estar entrenado. Instante a instante, una sonrisa y un gesto amable. Ganaría enormemente nuestro transcurrir por la vida.

Enfermar

Pero hablemos de los momentos verdaderamente difíciles de nuestro transcurrir. La enfermedad, sea la que sea, deteriora el estado cognitivo perjudicando la consciencia del momento. Al margen de los síntomas que debilitan, la percepción de haber perdido la salud. Vivimos ajenos a posibles enfermedades, como si fuera difícil enfermar o morir, planificando el mañana como una continuidad sin grandes obstáculos en el camino. De repente, caemos enfermos de algo y todo se viene abajo. Ya nada importa, sólo el deseo de curar, volver a la continuidad previa. Si lo logramos, tras la convalecencia puede haber un resurgir personal que enriquezca el valor de vivir, que afiance su afán. Pero si no lo conseguimos y la enfermedad se hace crónica, hay que adaptarse con toda energía a momentos de una muy difícil realidad, de la cual somos conscientes. Ya solo caminos fáciles para transitar. Se pierde la autoestima y se adquiere sensación de fragilidad. El calor cercano mitiga y alivia el malestar. Si la enfermedad es mortal y lo sabemos, afrontarlo con la mayor serenidad y dignidad. Algo que nos va a llegar a todos merece ser considerado así. Pero siendo consciente de ello, que ocurra cuanto antes por favor.

Si nuestro cuerpo puede enfermar alterando importantemente el espíritu y el ánimo, lo contrario también puede suceder. Los trastornos mentales crean alucinaciones descontroladas que generan realidades complejas que han de transitar por vericuetos de extrema dificultad, lo que también afecta al propio organismo. Intuyo que lo peor debe ser percibir la realidad propia muy alejada de la que observamos en los demás, lo que aísla y condiciona malestar. Mirar los instantes por venir con gran dificultad para transitarlos y con la incertidumbre de poder superarlos. Se crea una neuro-plasticidad diferente que informa erróneamente de la propia realidad. Terrible circular por tan duros vericuetos.

Las guerras

También vericuetos bien complejos han de transcurrir los habitantes de un país en guerra. Pienso en Ucrania y en Gaza y trato de imaginar como transcurren sus vidas, con cuanta precariedad, tanto temor e incertidumbre, tanta tristeza. Las sendas más claras son hacia la supervivencia. Centrar en ella el transitar. Me viene a la mente que mis padres sufrieron la guerra civil en España. Viviendo con normalidad sus vidas en los años 30 se vieron abocados a una confrontación fratricida que duró 3 años. La sin razón les llevó a un mundo terrible donde solo prima la supervivencia. Ambos lo consiguieron y de su ulterior unión surgimos mis 4 hermanos y yo, todos muy agradecidos a la enseñanza que nos transmitieron. Pero las guerras del siglo XXI, incomprensibles en un mundo tan conocedor de la suma de todas las posibles realidades planetarias. No más fuerza bruta, por favor. Vamos a ser todos amigos, vamos a favorecernos unos a otros.

La plenitud

Finalmente, también hay momentos en la vida que parecen justificar y dar sentido a nuestra existencia. Quizás son pocos, en comparación con el tiempo transcurrido, pero se identifican cuando suceden y se archivan en el recuerdo como caminos placenteros por los que hemos cursado. La creación de realidades gratas permite deslizarse por los caminos más suaves y dulces que aumentan nuestro afán por seguir viviendo. Lo difícil es sostenerlas, lograr que se sucedan proporcionando sensación de coherencia en el rumbo. Pero, aunque sean momentos efímeros, qué bueno caminar por senderos agradables en los que es posible sentir felicidad, plenitud en el alma. Aunque sean objetivos perseguibles, también están bien sujetos al acontecer, algo inexorable sobre lo que apenas podemos influir.

Los tiempos y las épocas se suceden y cambian las realidades, que simplemente transcurren. Quizás la actitud más llevadera en el camino sea nuestro gesto, que determina algo lo próximo a acontecer. Al mal tiempo buena cara, dice nuestro refranero con pleno acierto. Llevar la sonrisa como estandarte y ser amable y desprendido atenúan lo árido del camino e influyen algo en el acontecer, aunque solo sea por un instinto de repetición que todos tenemos. El valor de la actitud en la vida.

Conclusión

Caminamos por nuestras vidas por senderos diferentes que hemos de ir eligiendo desde nuestra realidad propia. Son distintos, tanto en el paisaje como en la dificultad para atravesarlos. Caminos distintos y cambiantes, siempre nuevos y desconocidos a la hora de transitarlos. A ver qué pasa.

 

Los viricuentos del transcurrir

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