-El bien y el mal en la vida-

Es curiosa la relación entre el bien y el mal, por su relatividad y por su coexistencia. El bien y el mal conviven como si nada los delimitara o los separara. A su vez, el bien puede conllevar cierta maldad y el mal puede acarrear beneficios en términos de bondades indirectas y de equilibrio entre especies. No hay mal que por bien no venga, solemos decir para paliar los efectos de un desastre. Ambos están en todos los reinos y algo hace que no se puedan separar, por estar implícitos uno en el otro. Pero hay que hacerlo, para excluirlo.

Empezando por el mundo vegetal, hay plantas invasoras que perjudican a otras, las invaden y las extinguen. También plagas de otras especies pueden invadir y destruir los seres vegetales. Al mismo tiempo, existen especies que se favorecen unas a otras. Se intercambian y crean mundos de conexión con el aire, en sus ramas y con sus raíces en la tierra, que implican a otras especies, como determinados hongos, aves y otros animales. Estos intercambios se convierten en transmisores de información. Este bondadoso diseño para favorecer la salud y la supervivencia de las plantas y árboles de la tierra resulta encomiable. Es decir, es un enorme bien para el beneficio mutuo de los seres vivos, al margen del oxígeno que a todos nos aporta. La sombra de la destrucción frente a la bondad de intercambiarse, darse información y conseguir asociaciones con otras especies en aras del bienestar común. Hay un libro titulado “Finding the Mother Tree”, de la ecologista Suzanne Simard, quién, acumuló evidencias científicas de cómo los árboles del bosque crean una red común bajo tierra con la ayuda de los hongos. Una especie de internet subterráneo, todas sus fibras conectadas y absorbiendo información del árbol madre del bosque, el más longevo, justo de donde partió la bondadosa idea de favorecer a los demás. La pura bondad existe, pues,en el reino vegetal. También el mal, con su versión invasora, saprofita y destructora. Ambos lados conviven desde el comienzo de la vida en La Tierra, luchando por la supervivencia y el dominio de cada uno. El bien, donando a los demás. El mal, invadiendo y destruyendo. Ambos, en asociaciones con plagas y anti-plagas para competir. A veces gana el mal y otras triunfa el bien, que parece querer extenderse. Sólo la especie humana puede ayudar al triunfo definitivo del bien en la vida vegetal en La Tierra, un mundo vegetal feliz y en armonía está a nuestro alcance. Sin embargo, los humanos también ayudan al mal,con su penoso afán destructivo de bosques y selvas. Por tanto, con ayuda o sin ella, el bien y el mal siguen compitiendo y coexistiendo en el reino vegetal. La vida vegetal no es inferior, es tan pura vida como la nuestra. Luchemos por su bien. No sería muy complejo para el ser humano ordenar y potenciar el mundo vegetal para estar en armonía con él y para agradecer su contribución. Cultivo inteligente de vegetales cuidando su salud, perseverando los bosques y las selvas en todo el planeta. Al final, el mundo vegetal solo requiere el terreno donde asentarse y echar raíces. Mucho más complejo sería si pretendieran moverse, pero no, están fijas en su pequeño o gran terruño, lo que les corresponde. A nosotros nos queda contribuir a un mundo ordenado y feliz en el que el bien vegetal triunfe con claridad.

Pero pasemos ahora al reino animal, es decir al nuestro, junto a una enorme diversidad biológica de especies animales que pueblan La Tierra desde hace 3.500 millones de años. Hasta el comienzo de los eukariotes, el mal predominaba estrepitosamente. Los primeros seres unicelulares sabían que para sobrevivir había que comerse o fagocitarse al prójimo y no dejarse fagocitar. La ley del más fuerte se instaló de forma que parecía definitiva. Un caldo de destrucción en el que impera un sálvese quien pueda y el predominio del más fuerte. Por sobrevivir, todo está justificado. Te mato y así sobrevivo. Lo hago por necesidad, no es que yo sea malo, pero acato el mal como solución.Sin embargo, algo mágico sucedió. Mediante un denominado accidente simbiótico, una célula se instaló en el interior de otra de una forma pacífica, aumentando de manera exponencial la capacidad energética del nuevo ser y, por tanto, su predominio. Otro ser unicelular no va a atreverse a destruir a un ser superior bi-celular. Por imitación, surgió el bien en un mundo de destrucción y caos. Las asociaciones pacíficas entre las células crearon los seres pluricelulares, que después evolucionaron en tantas y tantas especies. De modo que ahí nació la coexistencia entre el bien y el mal en el reino animal. Por supuesto, el mal seguía existiendo, ya que los más dotados se comían al prójimo o a seres de otras especies, siguiendo el principio que la naturaleza siempre observó. La vida siempre se alimenta de vida viva o recién muerta, y en la disputa el pez grande se come al chico. Nada cambiaba en la orientación, aunque surge con potencia el bien que se expande por el reino animal. Dentro del caos que origina esta convivencia, los seres de una misma especie se asocian tanto para hacer el bien como para perpetrar la maldad. También con individuos de otras especies surgen ambos tipos de asociaciones. La protección de la descendencia, y la observable entre otros clanes, hace notar el amor e incluso la ternura y la compasión con los débiles y con los seres queridos. Proteger y dar ternura es bondad y es algo observable en toda la escala zoológica. También los lobos, los felinos, los delfines y otras muchas especies se asocian para cazar, algo elemental para la subsistencia, pero no deja de ser un terrible atropello para sus presas. Es decir, se trata de un mal para tener el bien de la supervivencia. Un mal que nos lleva a un bien. Es la naturaleza la que así lo diseña, aunque es clara su imparcialidad. Ella desdeña al individuo perdedor del momento, pero trata de establecer el equilibrio entre las especies, dotando a la gacela de mayor velocidad para escapar y mejorando el sigilo y la audacia de los depredadores, por lo que permite la evolución de cada especie dotándola de mejoras evolutivas para garantizar su subsistencia. Pero matar para comer es la norma y los seres humanos no nos salimos de ella. También existe el asesinato en toda la escala zoológica por otros motivos diferentes a la alimentación. El macho alfa mata o hace huir al que pretende cubrir a las hembras de su harén. Determinados individuos de diversas especies conllevan en su vida un instinto asesino como gesto de supremacía o simplemente como divertimento. En ellos desconocemos como será su final, pero es fácil intuir que serán asesinados por depredadores más fuertes que lo harán por simple diversión. Las paradojas de la vida hasta en su final, me gustaría pensar.

En definitiva, el bien y el mal conviven en lucha perpetua en el planeta Tierra, con la característica de estar entremezclados. En todos los seres existe el bien y también el mal, con mayor o menor implicación en cada uno. Quizás la práctica determine mucho. Como un músculo, el esforzarse en hacer el bien con los demás como costumbre, ejercite su práctica. Pero ya llegados hasta aquí, hablemos del bien y del mal entre los humanos. Algo llegó a nuestra especie que nos hizo adquirir consciencia de lo que somos y donde estamos. Eso debería influir en cómo hacer para expandir el bien en todos los reinos y desacreditar y acabar con el mal, separarlo por completo.

Pero vayamos por partes y comencemos por el principio. El ser humano es un animal evolucionado que ha pasado, como toda la escala zoológica, por todas las consideraciones de convivencia entre el bien y el mal que hemos comentado. En todos los trayectos históricos podemos diferenciar lo colectivo de lo personal. A nivel colectivo, desde los homínidos depredadores hasta los señores feudales, pasando después por los estados totalitarios, la Historia refleja todo lo que es y ha sido imposición por la fuerza. Toda una gama de maldades basadas en el poder que ejerce la eliminación o aislamiento de la disidencia. El asesinato, las guerras destructivas, los atropellos y las humillaciones han campeado por la historia de la humanidad. Pero también desde el principio, los homínidos comprendieron que asociándose conseguían más, como ocurrió con los seres unicelulares. Todos los animales lo saben, pero solo llegan a leves grados de asociación, como la manada. En cambio, el ser humano ha llegado a alcanzar un grado de asociacionismo que parece no tener límites y que sigue creciendo. La sociabilidad de las especies conlleva tolerancia, cooperación y altruismo, algo alcanzado por los Heminópteros (hormigas, abejas, avispas) hace muchos millones de años. La llamada “Eusocialidad” solo la alcanzaron estos insectos y nosotros tratamos de imitarles. Nuestra joven especie lleva poco tiempo en el empeño, pero cada vez se asocia mejor, tanto para el bien como para el mal. Es decir, el bien y el mal también compiten en lo asociativo para ser más eficaz e influyente.

De lo perverso y de la bondad -El bien y el mal en la vida

Desde el principio de la consciencia, los humanos vieron claro que a nivel colectivo era preciso un orden, unas normas de comportamiento, una manera de vivir haciendo el bien, lo que en cierta manera facilitaba la ejecución del mal, justo por ser más perverso. Surgieron las religiones y los estados, como encargados de dictar las normas para un bien común. Todas las religiones exhortan el bien común pero pierden fuerza, aunque prevalezcan sus principios. La mayoría de los estados ejercen, a lo largo de los milenios, una preferente agresión externa, con guerras y guerras, tratando de invadir, junto a una endogamia represaliada. La acción totalitaria ha sido predominante en la inmensidad del tiempo. Sólo en contadas ocasiones surgen auténticas fases de progreso social. Conforme la consciencia humana se expandió, progresó y llegó hasta nuestros días, hay cosas que resultan meridianamente claras. Hoy día es perentorio acabar las guerras, resulta evidente que solo la democracia parlamentaria es capaz de garantizar la libertad del individuo junto al avance social. Por último, es notorio que sobran los estados para erigir un solo gobierno, un solo estado planetario, la verdadera contribución humana aún pendiente. Sólo sabios al mando que sepan establecer la igualdad y nos protejan del calentamiento global. La humanidad entera debiera luchar por ese bien que tanto precisa. Urge un “salvation army” que marque el camino. Europa Unida es la pionera de lo que en el futuro será la unión de todos los pueblos y estados en uno solo planetario. Este sería el triunfo del bien en lo colectivo frente al mal de las separaciones, nacionalismos y populismos. Nos merecemos la mejor asociación entre los humanos y así emular a las abejas en la construcción del panal. El ansiado bienestar de la población mundial.

Hablemos ahora del bien y del mal a nivel personal. Ambos residen en cada uno de nosotros, no lo podemos evitar. Desde bien pequeños, surge con fuerza el egoísmo y el egocentrismo de los peques para exigir a los progenitores el alimento y el bienestar que la protección les proporciona. Algo muy similar a lo observable en el resto de los animales, en los que, además de la ternura que se evidencia, resulta terrible el observar cómo los hermanitos pájaros o los hermanitos leones más débiles son eliminados para evitar competencias alimentarias. En el ser humano no se suele llegar a esos extremos, pero los bebes son exigentes, llorones y egoístas. Nada diferenciable del reino animal. Pero vuelvo a insistir, al ser humano llegó la consciencia y ésta nos lleva a la educación de los hijos, que resulta algo primordial en la preparación para la vida. Al margen de la influencia del entorno más precoz, ya desde bien pequeños podemos observar diferencias entre los bebes en cuanto a bondad, egoísmo, tranquilidad, irritabilidad, llanto, demanda, ternura y tantos y tantos adjetivos inmersos entre el bien y el mal. Por ello, podemos decir que ya desde el principio de la vida los individuos vienen con unas cargas genuinas que predominan en cierta manera. La personalidad de cada uno es apreciable desde muy temprana edad. Por supuesto, el entorno familiar, escolar, del sitio en que nacen, junto a las influencias de cualquier tipo que ocurren en sus cortas vidas son determinantes del desarrollo de la personalidad y de la evolución mental, hasta convertirse en adolescentes primero, en jóvenes después y finalmente en adultos. Un proceso muy complicado en el que los predominios genuinos pueden modificarse. Es decir, yo creo que cada ser nace con una carga de bondad o maldad determinada y genuina que no sé a qué obedece. Quizás sean el resultado de vidas previas que determinen. En cualquier caso, ese grado genuino puede intensificarse o, por el contrario, modificarse por las influencias del entorno. Pero lo genuino de cada persona puede también prevalecer y hasta acentuarse con el desarrollo de la personalidad. Hay seres luminosos que irradian bondad y despego frente a otros que derrochan con sus actos maldad y egoísmo y esto nos viene desde la cuna. Cuanta más maldad se ejerce más fácil es continuarla, llegando a sentir satisfacción tras la vileza. Aunque sea desde mi visión particular, necesito poner ejemplos. Mi nieta Elena, que actualmente tiene 8 años, mostró desde bien pequeña una bondad exacerbada que le hace ser luminosa y que nace de su interior. Con su hermana, sus padres, sus amigos, su colegio, no deja de impresionar a todo el que le conoce por su dulzura y bondad, por su generosidad y falta de egoísmo. Además, se acompaña de un rostro precioso, siempre sonriente y dulce y de un movimiento con su cuerpo tan armonioso y bello que reflejan su interior. Sólo espero que la vida le proteja porque esa actitud, difícil de disimular, le hace carne de cañón para los perversos que encuentre. Como ser inteligente,que sé que es, también confío que desarrolle el arte de evitar a los casposos y defenderse  con clase de los ataques que pueda sufrir. La bondad también precisa la inteligencia y el conocimiento para poder combatir lo perverso. En la versión adulta, algo similar puedo decir de mi hermana Angi. Angelita, como le llamábamos de chicos, fue desde niña un ser bondadoso, siempre dispuesta a ayudar a los demás sin mirar sus intereses particulares. Yo le digo que es como un bombero, siempre apagando los fuegos que los demás sufren, aún a costa de perjudicar su propia vida personal. Es algo que trajo consigo desde el nacimiento y que acentuó a lo largo de su vida. Angi es otro ser luminoso en el que abruma su entrega a los suyos y a todo el que ayuda desprendidamente. Yo, cuando le veo un resquicio mínimo de actitud egoísta, se lo digo claramente, para que no se crea tanto su extraordinaria bondad que tanto le ha caracterizado a lo largo de su vida en todos sus actos. También conozco ejemplos de lo contrario, seres malos de verdad que andan por la vida disfrazados, castigando con sus actos a los demás y disfrutando con ello. Hay una maldad tonta y egoísta fácil de identificar y destapar, pero hay otra muy inteligente y perversa más difícil de descubrir. Su sublimación puede resultar hasta admirable. También podría poner ejemplos reales que conozco, pero prefiero hacerlo del mundo de la ficción donde es dibujada con extraordinario éxito hasta, como digo, casi admirar su extraordinaria vileza. Los que hayan visto la serie “Fargo” reconocerán fácilmente el papel del personaje “Lorne Malvo”, encarnado por el extraordinario actor Billy Bob Thornton, un canalla y asesino con desparpajo que, bajo su apariencia apacible, ejerce el mal con exquisita inteligencia. Además, se le ve disfrutar con ello. Maravillosa interpretación que escenifica la mayor maldad humana con asombrosa claridad. El mal inteligente es el peor de los males, por saber parapetarse y escurrirse. Y es que los grados de maldad no tienen límites en el ser humano. Hay historias que impactan. Volviendo al mundo real y a hechos recientes (y no tanto) bien difundidos por la prensa y la TV. Increíble la maldad requerida para acabar con la vida de sus hijas y con la suya propia con el solo fin de dañar para siempre la vida de su ex mujer, algo que conmovió a todo el país. El mal en estado puro a su límite, solo detectable cuando ya se ha producido. Increíble el caso Breton hace 10 años. Mentes retorcidas y perversas, como los crueles animales asesinos.

Entre ambos extremos, una inmensa humanidad individual se debate  entre ser una buena persona o escoger un lado más oscuro en el que yo soy el primero en todo, utilizando el disfraz y la inteligencia para conseguirlo. Sólo el mundo occidental y democrático trata de progresar en el bien social. Cuanto más libres seamos, más cerca estaremos de arrinconar al mal. El progreso puede estar en que la sociedad se acostumbre a mostrar una predisposición, aunque sea ficticia al principio, a la ayuda a los demás. Yo no puedo olvidar el impacto que me causó mi primer viaje a Estados Unidos allá por 1974. Acostumbrado al funcionariado de aquella época en España, la dichosa ventanilla donde ni te miraban y siempre acababan enviándote a otro día en otra ventanilla, por nuevas exigencias. La simple implantación de una línea telefónica en casa llevaba trámites que podían llevar 3 o 4 meses. Todo costaba conseguirse a través de la administración y el gesto era hosco e indiferente.De repente, vivo en Houston, Texas, una sociedad americana de aquellos años muy evolucionada, quizás la avanzadilla evolutiva de la civilización de aquel entonces. Como si se tratara de una norma exigida, todo el mundo sonreía en el trato y procuraba ayudar de verdad. Acudí a una central de teléfonos para que me instalaran una línea telefónica en casa. Me recibió una gran sonrisa y tras tomarme los datos y la dirección, sacó un teléfono, lo metió en una bolsa que me entregó diciéndome amablemente que solo tenía que enchufar el teléfono para tener línea al llegar a casa. En 15 minutos lo que en España hubiera supuesto arduos esfuerzos durante meses. El gesto siempre amable, “may I help you?”…a cada instante. Enseguida comprendí que era solo un barniz para mejorar la predisposición de la gente, pero contrastó bastante con lo que yo estaba acostumbrado. El avance social fomentaba la amabilidad y la eficacia de los trámites administrativos, de manera que triunfaba la eficacia y la simpatía, el antipático resultaba fácilmente excluido por sí solo. Luego ocurrieron cosas que hicieron cambiar a la sociedad americana. La simpatía administrativa se modificó para no favorecer las actitudes acosadoras, con lo que se perdió mucha cordialidad en la sociedad americana. El “me too” tumbó sin más ese avance sociológico conseguido. Este ejemplo solo nos muestra que los humanos buscamos maneras de imponer el bien en el mundo y de dificultar la ejecución del mal. El gesto es lo primero, y no cuesta nada ser galante y amable con quien nos encontramos cada día. No podemos reflejar en el rostro todas nuestras frustraciones. Yo siempre les decía a mis hijos…”al mal tiempo, buena cara”…,el mejor gesto para llegar de nuevo a un tiempo soleado. Vivir y convivir en nuestros días resulta difícil en un mundo de crisis prolongada de la que surgirán nuevas formas de avance en el intercambio entre las personas, el trato amable y el valor de la inteligencia para moldear una sociedad del futuro con múltiples logros en el bienestar social junto a mayores dificultades para ejercer lo perverso. La forma de luchar contra el mal es propiciar su aislamiento, su exclusión, desenmascarar al manipulador para que solo él se excluya. Que sean los malos la apoptosis social. Por el contrario, fomentar la amabilidad y la sonrisa en el trato, la simpatía, la cordialidad y el deseo de ayudar a los demás como principio asumido globalmente. Si esto llega, el mal lo tendrá crudo.

Y lo vuelvo a repetir, yo creo que la costumbre de ejercitarse cada día en hacer el bien a los demás fortalece la capacidad de hacerlo. Existen infinidad de seres que dedican su vida a ayudar a los demás, sin nada a cambio.Muchos componentes de la sociedad forman grupos e instituciones orientadas al bienestar social. Alguna religiosa, como Cáritas, increíble y maravillosa su acción, y otras civiles y estatales, como los bomberos, ONGs, policía, asistentes sociales y el mundo sanitario. Y al llegar aquí, quiero hacer una reflexión sobre el mundo sanitario, la dedicación vocacional de atender a los demás cuando pierden el más preciado bien, que es la salud. La práctica de la Medicina durante más de 40 años me ha mostrado un sinfín de visiones del bien y del mal en ese entorno. Se supone que, si la vocación es ayudar a los demás en sus horas bajas, solo bien podría salir de la práctica médica. Pero no siempre es así. Yo he tenido la suerte de tener a mi lado extraordinarios colegas, enfermeras, secretarias, celadores y demás sanitarios. La casi totalidad de ellos  eran conscientes del papel que jugaban en el grupo y trataban de superarse cada día. Una especie de todos a una, con una sonrisa en el rostro. Los antipáticos o no portadores de esa vocación se iban al ver la atmósfera predominante o se excluían. Predominó en décadas el hecho de que actuar en bloque permitía un mayor avance en mejorar el diagnóstico y el tratamiento de los pacientes. La inmensa mayoría de los integrantes del equipo derrochaban diariamente cariño y profesionalidad con los pacientes, lo que es muy grato de ver. Pero ay…, cuantos adjetivos del mal también transitan en el propio mundo sanitario. El estudiar medicina o enfermería es grato y divertido. Cuando llega el momento de ejercer, muchos descubren que el sufrimiento y la responsabilidad que la práctica conlleva no va con ellos. Pero claro, ya la profesión está hecha y hay que ejercerla. Algunos buenos que son conscientes a tiempo procuran dedicarse a especialidades sin contacto estrecho con el paciente, otros crean una coraza que crea distancia y les evita sufrimiento y otros que llegan a ser eficaces en técnicas incorporadas, se pierden en la vanidad. Curioso, cómo se llega a eso en esta profesión. No existe actividad igualable en cuanto a constatación diaria de nuestras limitaciones, nuestros errores, nuestros fracasos, justo lo necesario para no sentirse vanidoso. Pero ahí están. Como si de una religión se tratara, hay popes, predicadores, inquisidores, monaguillos y hasta dictadores sobre lo que hay que hacer. Nada más alejado del sentimiento sanitario. Sólo la acción conjunta del grupo tiene cabida. En medicina no hay más jerarquía que la de la razón. Pero qué difícil puede resultar. Afortunadamente, la razón siempre se impone, aunque a ratos cueste. Aparte de la vanidad, como adjetivo absurdo del mal, hay también sanitarios que no saben desdoblarse cuando ejercen con pacientes de lo que ocurre en sus vidas y vierten sobre el débil sus malas babas. Son hoscos, como los de la ventanilla, y resulta horrible cuando se percibe. Porque el bien que puede transmitir un buen sanitario no tiene límites de entrega y empeño en el bien más preciado de otros.También en la ficción surgen personajes que existen en la realidad. En una serie de televisión se nos muestra al Dr House, un excelente médico en conocimiento y en deducciones que es hosco y distante con los pacientes, agresivo y déspota al descubrir los errores de otros colegas, utiliza la sorna como expresión de su inigualable maldad, a pesar de hacer también el bien. Ejemplo de la convivencia en uno mismo del bien y del mal, lo que parece un inseparable binomio. Pero ahí no acaba todo. He tenido la desgracia de conocer alguno, solo pocos, que son los “Lorne Malvo” de la profesión. ¿Cómo un médico puede ser un malvado y un canalla, que pase del sufrimiento ajeno y anteponga su ego al bien del paciente, utilizando encima disfraces junto a la inteligencia requerida para camuflar o disimular su maldad? En Medicina, tarde o temprano, el mal resulta indisimulable y, en general, acaba excluyéndose por sí solo o es devorado por otro desaprensivo más fuerte y más o menos malo, por simple diversión. Es curioso pero el mal más inteligente es capaz de alcanzar puestos en las organizaciones sanitarias para ejercer un ego maléfico que va solo en su beneficio y posición y no a favor del paciente. El mal también compite en un mundo de entrega a los demás, qué lástima comprobarlo.

En conclusión, en la tercera década del siglo XXI el ser humano tiene la oportunidad para desarrollar el ejercicio del bien, la bondad, la amabilidad y la cortesía, la sonrisa, la actitud de predisposición a ayudar a los demás, cada uno desde nuestros sitios, creando climas de positivismo para expandir el bien por todo el planeta. Hay un sinfín de seres luminosos  que apuntan esa tendencia y son un ejemplo para todos. Incluso aunque sea al principio un simple barniz de expresión, de actitud, que facilite el progreso social, un mundo amable es necesario. De insistir, acabará convirtiéndose en un cambio genético que perpetúe lo alcanzado. Veo fácil el ordenamiento de la vida vegetal por el ser humano para hacerlo feliz excluyendo así su mal. Pero es más difícil la cohesión social con tantos predicadores. Creo que la decisión de cómo orientar la vida es genuina, interna y propia, o ser bueno siempre, o solo a veces, o muy pocas, o vivir accionando el lado oscuro, mi persona lo primero en todo. Afortunadamente, crece la percepción de que la entrega a los demás solo beneficia al conjunto y esa percepción hace más feliz al que la ejerce, como una recompensa íntima no expresable que llena su corazón en silencio. Le da también gasolina para alimentar el empeño. Sólo el bien y no las sombras para culminar la vida. Un mundo amable nos espera.

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