La muerte es el fin inevitable de toda forma de vida. La naturaleza así lo dispone y todo ser vivo fallece, no importa cuándo, ni cómo ni el por qué, pero cada vida está así acotada inexorablemente. El ser vivo desea seguir estándolo, aunque siempre es consciente de que más tarde o temprano vamos a morir. Es curioso, porque se vive con la muerte presente en nuestra mente y sin embargo la muerte ni es concebida, ni vivida, ni sentida por el ser humano, salvo en los sanitarios, o cuando llega a los seres queridos que se van. Cuando algo así ocurre abruman las reflexiones que suscita.
La muerte de los seres vivos es un gran misterio, lo que ha originado la pseudo-ciencia de la muerte. Esta ciencia es falsa, en sí misma, porque la desconocemos por completo mientras estamos vivos. Es por tanto especulativa. Pero existen múltiples estudios antropológicos sobre la muerte que abordan el proceso de una forma indagatoria, comparativa, interpretativa, intuitiva e incluso científica y narrativa sobre los restos. Múltiples formas de entender, interpretar, afrontar y enfrentarse al momento de la muerte. Además, en los modos de morir se entretejen emociones, consternaciones, prácticas y rituales que condicionan igualmente el proceso de morir. Los animales abandonan a sus muertos, los humanos no, desde la más remota antigüedad los humanos honramos y enterramos a nuestros muertos. Surge en nosotros la idea del cadáver, el resto material que sustentó su vida. La edad, el género, el estrato social, la historia y la influencia de la vida del difunto son solo aspectos diferentes, siempre en consideración. También observamos que hay múltiples configuraciones sobre la forma de morir. Hay muertes trágicas, violentas, por autolisis, heroicas, altruistas, simbólicas, plácidas, sufridas, súbitas o tras lenta agonía. Hay muchas formas de morir que también pueden reflejar en parte cómo se ha vivido, incluso cómo se ha pensado en vida. En definitiva, la ciencia de la muerte nos muestra un paisaje bastante turbio en el que no gusta adentrarse, parece que es mejor rechazar su consideración, olvidarlo viviendo como si nunca fuera a ocurrir. Pero, puesto que es allí donde nos dirigimos, cómo no indagar el destino final. La vida es un viaje y ¿quién viaja sin saber a dónde va?.
En el presente escrito me propongo reflexionar al respecto. No sé por qué lo hago pero siento la necesidad. Puede que influya la desaparición reciente, y no tanto, de seres muy queridos o, quizás, que para mí se ve más cerca el momento, más próximo en el tiempo. Da igual la causa, pero el caso es que siento la necesidad de escribir sobre ello tratando de profundizar. Pero veamos, son 4 los aspectos que quiero considerar.
1. La humanidad en su conjunto: Podemos comenzar por los humanos vivos y los que ya vivieron y murieron. Estos son abrumadoramente mayoritarios. Se estima que 109.000 millones de personas han vivido y se han muerto, según el “Population Reference Bureau”. La mitad vivió en los últimos 2000 años y solo 9.000 millones de personas vivieron antes de los primeros agricultores. También cabe resaltar que la mayoría de los cuerpos muertos encontrados son niños. En tiempos pre modernos la mortalidad infantil era mayor del 50%. En cambio, en la actualidad casi 8.000 millones de personas viven en el planeta Tierra. Cada año nacen 140 millones de niños, con muy baja mortalidad, y fallecen solo 60 millones de personas, por lo que la población viva sigue creciendo, aunque nunca podrá superar en número a la ya muerta porque todos los vivos mueren. Mal de muchos, consuelo de tontos, podríamos decir. Pero la realidad es que la población muerta estuvo viva en su día, cada cual con sus vivencias y pequeñas o grandes aportaciones para poder llegar evolutivamente al ser humano actual. Los vivos nos debemos a los muertos, una bonita forma de transmisión de toda la humanidad. También podemos decir que, de toda ella, la gran mayoría ya pasó a conocer el misterio de su muerte, aunque siga resultando indescifrable para la humanidad que aún vive.
Por otro lado, la ciencia forense, la arqueología y la antropología de los muertos han generado enormes conocimientos del cadáver que permiten conocer tanto la causa de su muerte como parte de la historia del difunto de cualquier época. Los restos muestran su ADN, la firma del organismo que fue, lo que resulta de ayuda criminalista indudable. Los estudios forenses sobre el muerto reciente llegan a esclarecer asesinatos o simplemente demuestran qué les mató. Los restos humanos que buscamos y encontramos de cada tiempo nos han aportado importantísima información sobre los orígenes y la historia de nuestra especie. De manera que todo parece concatenado. La humanidad entera, la gran mayoría muerta, conlleva en su evolución la transmisión sucesiva de las que están un tiempo vivas. La baja proporción de humanos vivos somos solo la llama encendida que pronto se apagará, transmitiéndola a otras generaciones que la continuarán. Llama efímera y frágil la que hoy día tenemos los 8.000 millones de personas vivas en el planeta, llama que hemos de transmitir para que continúe viva y evolutiva. Una parte de la humanidad continúa estando viva, por el momento.
2. El breve instante de la muerte: Por muy larga que la dolencia causante sea, la muerte es un instante último en la vida de las personas. Por la razón que sea, el corazón deja de latir e impulsar sangre oxigenada a todos los tejidos, lo que acaba por necrosarlos. A partir de ahí se produce un desmoronamiento del organismo y una desestructuración progresiva de todos sus átomos. Es decir, la materia orgánica muerta, o va a las fauces de otro ser vivo o se descompone bajo tierra progresivamente durante siglos, como pasto para gusanos y otros bichos, quedando el esqueleto como resto más longevo para ser polvo final. Actualmente comienza a ser más rápido el proceso destructivo del cadáver con la incineración, cada vez más frecuente, renunciando así a ser mero resto arqueológico a disposición del futuro estudioso.
Siendo nuestro último instante en vida, no podemos saber nada de lo que sucede, de lo que se siente, nadie volvió para contarlo. Las experiencias cercanas a la muerte nos muestran visiones finales bastante homogéneas que pueden orientarnos pero son testimonios individuales que poco aportan, al no haberse consumado. Un túnel, una luz inmensa que no deslumbra, otros seres esperando, verse en el proceso desde fuera o ver pasar la vida entera como un tráiler de nuestra película son habituales narraciones de los que resucitaron sin morir. Algo que dulcifica es el testimonio común de que, aunque haya mucho sufrimiento previo, la muerte es indolora. Menos mal. Monitorizaciones clínicas y electro-encefalográficas en moribundos nos muestran que se produce una pérdida gradual de los sentidos siendo la audición y el tacto los últimos en desaparecer. En la fase final, minutos después de haber dejado de latir el corazón, se registra actividad eléctrica en zonas temporales relacionadas con la memoria y los sueños, lo cual pudiera generar visiones de la propia vida condensada de una forma intemporal, lo que cuentan muchos resucitados. Al ser el proceso de morir un solo instante de nuestra vida, tampoco importa tanto, por su brevedad y por ser algo común a todos. Puede considerarse que al morir se pasa a un sueño profundo permanente, sin que exista un despertar. El que sea un instante fugaz de nuestras vidas atenúa en parte el miedo. Chimpún!, se acabó.
3. Ritos funerarios: Una abrumadora mayoría de las sociedades que han vivido creían en una vida después de la muerte, por lo que ha sido común la preparación del cadáver y los diferentes rituales que siguen al deceso. Muchas son las preparaciones del cadáver, las ceremonias rituales y las preparaciones y ubicación de su tumba. Gran diversidad de ritos que son propiciados, no por el muerto (que ya nada puede hacer), sino por sus allegados vivos. Por tanto, se trata solo de enfoques, estando vivos, sobre el rumbo que llevará el cadáver en su transición a una nueva vida. Son concepciones de los vivos que se quedan, tanto por la importancia de la persona muerta como por la preparación de su viaje. Los diversos rituales funerarios de las distintas sociedades que han vivido son siempre interpretaciones de los que han quedado, por lo que en nada ayudan a la resolución del misterio de la muerte. El pobre cadáver puede ser embalsamado, momificado, acompañado de objetos y alimentos, ubicado en el interior de las pirámides más grandes, llevado o traído de un sitio a otro, pero su destrucción orgánica está garantizada. Podrá guardar una cierta estructura material durante mucho tiempo, pero al final en polvo queda. El cadáver, a lo largo del tiempo de la descomposición se desestructura atómicamente de forma inexorable. Los vivos solo podemos retrasar el proceso o acelerarlo con la incineración. Los ritos son solo ceremonias de despedida al difunto y reflejan la pena y soledad que deja a los vivos la persona muerta. Lo que más impresiona es la diversidad histórica de estos ritos en todas las sociedades. Otra cosa es el duelo, el dolor, la tristeza y los honores que queramos hacer a los que se han ido, con funerales, enterramientos, aniversarios y evocaciones. También todo, ritos de los vivos que nada aportan al misterio de la muerte, solo al recuerdo del difunto. La vida sigue sin la presencia del muerto que se nos fue.
4. Vida después de la muerte: En el universo, la materia y la energía se combinan con el paso del tiempo. Somos materia biológica en relación temporal con una energía llamada vida. El hecho de haber alcanzado la consciencia desde la materia biológica es un logro increíble de la vida en La Tierra. El pensamiento que de ella sale es etéreo y genuino, siendo guía de nuestros pasos. En el transcurso de una vida, la materia orgánica de nuestro cuerpo conlleva una energía, la multi-orgánica y tisular, que es muy tenue pero clara, identificable y medible. Sin embargo, la energía espiritual resulta indetectable. Esa energía posee la capacidad para obrar, surgir, transformar o poner en movimiento. Una energía que, universalmente hablando es ínfima e indescifrable, pero a la vez capaz de generar pensamiento y aprendizaje. Ese espíritu o alma que nos acompaña en vida es el que traza el corto o largo viaje hasta la muerte. Una energía espiritual dirige y mueve nuestras vidas, pero sólo se plasma en nuestras obras y manifestaciones, en lo que hacemos. Esa energía puede causar incluso auras en ciertas personas, o bien pasar completamente desapercibidas en otras, pero ni siquiera somos capaces de diferenciarlas o detectarlas físicamente, como partículas o fuerzas espirituales en vida. ¿Qué pasa con ellas, si es que existen, al morir? Esta es la gran incógnita.
Si el pensamiento es el producto de una energía, ¿dónde va ésta al morir?. Desde un punto de vista físico, no hay manera de que la información almacenada en nuestro cerebro persista tras la muerte. Simplemente, el pensamiento y la información se desvanecen. Para que la vida espiritual persistiera, el campo cuántico del cadáver habría revelado las fuerzas y partículas que la debieran de sustentar y esto no ocurre, nada se detecta en el campo cuántico de un cadáver. Tampoco son detectables en vida, salvo por nuestros actos, pero después de morir ya no hay nada que refleje nuestra energía vital.
Al ser todo especulativo, nada podemos saber con certeza. La energía perdida es indetectable. Sabemos que en el universo la materia y la energía se combinan a lo largo del tiempo y en esa evolución ambas son transformables. La materia gravita y se transforma, se condensa o se dispersa. La energía evoluciona y no se destruye, solo se transforma. Si con la energía espiritual así fuera, ¿qué tipo de transformación sucederá tras la muerte?. Todas las religiones hablan de un más allá y especulan sobre cómo será. Parece que los humanos vivos precisamos tener ese consuelo. En verdad, los que se van siguen vivos en el recuerdo de sus allegados, desmoronándose poco a poco conforme avanza el tiempo y llegan las siguientes generaciones. El recuerdo de alguien también se desvanece con el transcurrir. Solo queda su historia, hoy día cada vez mejor documentada en cada persona.
Todas las religiones especulan sobre el más allá, incluso hablan de distintos destinos según cómo hayas vivido. Alcanzar el cielo es lo máximo para el bueno, el purgatorio para el regular y el puto infierno para el malhechor que fue perverso en vida. El bien y el mal están juntos en cada persona, por lo que probablemente nos veremos todos en el purgatorio o el infierno. También hay religiones y creencias sobre la posible re-encarnación o la transmutación en vidas superiores o inferiores, por lo que preconizan una preparación para el momento del viaje. Si tenemos en cuenta que en la vida todo se recicla y se repite por qué rechazar la posibilidad de que al morir esa energía espiritual se vea envuelta en un magma vital que le engloba y le deposita en un nuevo embrión que comienza una nueva vida. Si la vida surge constantemente por qué no pensar que transforma un espíritu errante en un nuevo proceso vital, reciclándose así constantemente. Si así fuera, cada ser podría haber tenido otras vidas previas cuyo contenido resulta completamente amnésico.
En ocasiones tenemos un “déjà vu”, escenas que sentimos haberlas vivido anteriormente. Sensaciones de haber tenido otras vidas o sentir la cercanía de personas queridas que pudieran haber sido coetáneas en otras vidas, identificarlas es grato. La energía vital se transforma reiniciándose en un nuevo ser. También aquí se podría pensar que la vida pudiera ejercer una cierta justicia conforme al tipo de vida que fue. Si la desaprovechaste, puedes reencarnarte en un animal o en una planta. Si por el contrario se aprovechó la vida recibida se podría aspirar a una migración a otros mundos donde la vida evolucionó en civilizaciones superiores. Es decir, que en el tránsito se podría ascender o descender en escalas biológicas distribuidas por todo el universo, por lo que más vale prepararse. Llegado el momento, agarrarse a una plena consciencia, resistirse a dormir, muerto pero bien despierto para esquivar el magma e intentar transmutarse o transferirse a un mundo mejor. Si el magma te atrapa, pues a ver cuando y donde nos deposita y en qué escala biológica. Si es la especie humana y es próxima en el tiempo ojalá que no me toque en medio de una guerra, por favor. También diría que, si es posible en Córdoba, mejor.
En definitiva, nunca podremos resolver en vida el misterio de la muerte pues solo se descubre al morir. Vivamos intensamente con esa simple curiosidad por averiguar.
Un gusto leerte, Josele
Gracias Cristina, te recuerdo con mucho cariño. Un beso
Pienso que la muerte no garantiza descubrir qué es. Sí al morir se pierde la conciencia ni por un instante se podrá registrar de qué se trata, cómo tampoco hay memoria previa al nacimiento.
Saludos
Me ha encantado su reflexión, pero…… Cuántas incógnitas sobre la vida y la muerte!!!!!!
Un gustazo leerle. Gracias.
Una delicia que compartas tus reflexiones
Felicito al Dr. José Suárez de Lezo Cruz Conde por su interesante aproximación al misterio de la muerte, y sus grandes incógnitas, reconociendo humildemente que nunca se podrá reconocer en vida este misterio, pues «solo se descubre al morir». No alcanzo a comprender de donde saca tiempo este brillante y entregado cardiólogo intervencionista para ejercer su profesión sin descanso y escribir artículos tan complejos como inquietantes.
Siempre me pregunté porque habiendo tanta ciencia, investigan de todo pero se olvidaron investigar lo más importante que es el fin de las personas.