-Reflexiones sin necesidad-

Toda reflexión ya ha sido hecha, de manera que cuando reflexionamos sobre algo no existe la necesidad de expresarlo. Sin embargo, nuestras reflexiones son siempre libres y nos llegan sin saber por qué. Cuando me llegan y profundizo algo, yo sí siento la necesidad de tratar de plasmarlo en el papel. Este escrito es un ejemplo. Al conocer a mi nuevo nieto Javier, pensé sin cesar en cómo sería su percepción vital, qué sentiría, cómo habría sentido el paso de la vida fetal a la neonatal. Me vi consciente de cómo cambia en la vida la percepción de estar vivo frente a las distintas realidades a lo largo de toda la vida. Y eso me intrigó. De manera que aquí queda mi reflexión al respecto, aún sin ninguna necesidad.

La percepción vital

Llamamos percepción a la acción y efecto de percibir algo en concreto. Captamos continuamente cantidad de aspectos diferentes, pero ccualquier cosa que se perciba sólo entra como aspecto parcial dentro de un conjunto global, la percepción de sentirse vivo. Todo ser vivo percibe estarlo. Cada ser tiene una visión de sí mismo en cada momento, en cada circunstancia. Conoce su capacidad, o no, y la de los seres que le rodean, o no, algunos depredadores a los que hay que saber evitar. La gacela confía en su rapidez y agilidad para escapar. El leopardo y el león, en su astucia y sigilo para cercar y atrapar. Cada ser evoluciona acentuando sus capacidades, creándose así un equilibrio entre especies. Pero estar vivo y percibir los peligros y problemas que suscita la existencia es común a todos los seres.

Cada uno percibe estar vivo y mide su ubicación en el medio externo en cada momento, todo a lo largo de su existencia. Esa percepción es pues instantánea y continuamente cambiante, con el paso del tiempo, con el cambio de las realidades que los años proporcionan. De manera que la percepción vital de cada uno va cambiando a lo largo de toda su vida. Al cumplir años creo que esa percepción se acentúa. Uno comprende que seguir vivo es todo un milagro. Saber que todas las células de mi cuerpo y todos los órganos y sistemas que lo conforman están de acuerdo en que mi ser siga vivo, es todo un estímulo para mí. Increíble la unanimidad que alcanza el hecho de que todos ellos funcionen al unísono, para que yo perciba estar vivo y sentirme bien. Estoy muy agradecido por eso, siempre lo estuve. También soy consciente que cualquier quiebra en ese consenso celular puede hacerme enfermar. Pero no lo pienso. Percibir la vida y desear seguir haciéndolo a lo largo del tiempo creo que es milagroso y también algo maravilloso que perseguir. Hasta puede sustentar la posibilidad de ser felices y serenos, por fases. Cada animal, cada árbol, cada flor, es consciente de estar vivo o viva y percibe el medio externo cambiante al que se ha de adaptar.

En el presente escrito me propongo profundizar algo en la percepción de estar vivo a todo lo largo de la vida de cada ser, es decir en toda su evolución existencial. Comenzaré con el origen, la gestación del ser, y seguiré con el nacimiento, la lactancia, la infancia y la adolescencia, la juventud, la madurez hasta la senectud. La percepción de vivir a lo largo del desarrollo de cada persona, hasta su muerte, en que dicha percepción se evapora y desaparece.

Decía Vicente Aleixandre que “cada vida es una luz entre 2 oscuridades”. Esa luz conlleva su percepción.

1. La formación del ser:

La embriología nos muestra cómo sucede. Desde el momento de la fertilización del espermatozoide en el óvulo, hasta el nacimiento, la embriología analiza todos los pasos que da la naturaleza para la formación de un nuevo ser. Constituido el cigoto, queda adherido a la pared del útero materno, convirtiéndose en un cúmulo celular muy proliferativo, creciendo muy rápidamente con un mandato genético. Células primigenias con un enorme potencial. Objetivo: formar un ser concreto, que crece en el soporte de la pared uterina.

Ese conglomerado celular resulta expansivo hasta alcanzar lo que conocemos como el estado de mórula, un enorme cúmulo celular indiferenciado. Creo que ya es, en esta fase, cuando el nuevo ser adquiere percepción de estar vivo y plenamente orientado en el empeño de conformar un ser multi-orgánico. La misión del conglomerado nos parece imposible, dada la complejidad de órganos y sistemas que conforman un ser vivo. Lo bonito de la embriología al analizar los procesos por los que el embrión transita, es que nos muestra el camino que la vida inició con los mismos eukariotes para fabricar seres más complejos, con diferentes órganos y sistemas que van a proporcionar consciencia en el cerebro del ser en formación. Tras el estado de mórula se observa una organización celular que se transforma en 3 capas concéntricas. El Ectodermo, el Mesodermo y el Endodermo. En el organismo se crea una cavidad y, a través de las capas, la naturaleza ordena a las células a diferenciarse de una manera específica para formar hueso, músculo, tejido conjuntivo y graso, sistema circulatorio, linfático y digestivo, sistema endocrino, órganos de respiración y corazón en el tórax, otros de sustento digestivo, transformador, procesador y hematopoyético en el abdomen, también en la médula ósea. Protegido por la cavidad craneal se forman el cerebro y el cerebelo, extendiéndose por todo el organismo un complejo sistema de conexión neural que llega a todos los órganos y sistemas para tener un completo control neural del estado del organismo. Las células sanguíneas en el plasma del torrente circulatorio se encargan de proporcionar oxígeno y nutrientes a todos los órganos y sistemas que se van formando y proporcionan también un estado de alerta a posibles infecciones con ejércitos de combativos leucocitos para la defensa.

El embrión crece y crece con el gran amparo de hacerlo en el vientre materno, donde todo es protección, medio externo cálido y acogedor, junto a un increíble sustento compartido. Un estado perceptivo que creo que ha de ser muy plácido y feliz, tanto en el embrión como en la madre, aún ajeno a todo lo que se avecina.  Mientras tanto, el organismo completa su formación anatómica. Sueño prolongado para favorecer las conexiones cerebrales, pero consciencia absoluta de estar vivo en un mundo de absoluta paz y protección, oscuridad y comunicación por y con la madre. Ya próximo al nacimiento, todos los conductos están formados, el tubo digestivo de boca a ano completado, aunque inerte y virtual, todos los órganos y sistemas en funcionamiento, los pulmones compactos, como si un hígado fuera.

Entre el cerebro y todos los sistemas nace una percepción interna continua del estado global de todo el organismo que llamamos homeostasis. Tan acostumbrados estamos, que no reparamos en ella, pero esa percepción interna del estado del ser lo seguimos percibiendo desde entonces, aunque no le demos importancia por venirte dado, pero no es posible la vida de los seres sin la homeostasis o percepción y regulación interna y propioceptiva. Yo animo a todos a detectar y disfrutar esa percepción.

2. El nacimiento:

Al final del embarazo, las condiciones externas del nuevo ser comienzan a ser adversas. Por un lado, el espacio es cada vez más comprimido y desaparece la sensación placentera de “flotar” en el medio externo de meses antes. Por otro, el parto se avecina y el útero materno comienza unos ejercicios preparadores para el momento del parto. Se llaman las contracciones de Braxton Hicks. Aparecen en el tercer trimestre del embarazo, más frecuentes al final, y suponen, como digo, una preparación del útero para el ejercicio máximo que se avecina. Las contracciones de Braxton Hicks se sienten como un verdadero parto pero son algo menos dolorosas. No se producen a intervalos y resultan impredecibles. Simplemente anuncian la que se avecina.

Es fácil adivinar que la percepción vital del nuevo ser comienza a ser incómoda. Además del poco espacio, la pared uterina a ratos descarga presión acentuada sobre el feto que hace daño, que incomoda. La percepción en esa fase debe ser de temor y sensación de que algo va a ocurrir. Y en efecto ocurre. De repente, lo que antes eran amenazas ahora se convierten en contracciones a intervalos cortos que empujan al feto contundentemente y le empujan a una salida aún virtual que es el canal del parto. No parece haber escapatoria y el nuevo ser debe sentir desesperación y angustia, además de dolor. Aún no puede llorar pero seguro que surgen las ganas. La percepción vital del feto se teme la muerte. Todo el bienestar que tenía se viene abajo y lo que está ocurriendo no tiene para él explicación.

Con la progresiva dilatación del cuello del útero comienza a otearse un canal de salida hacia el que es orientado. Ahora, las contracciones uterinas son más fuertes y obligan al feto a abrir camino, con lo que el nuevo ser se siente comprimido y perjudicado. Al ser un nuevo organismo, la flexibilidad y laxitud de todos los tejidos permiten que la compresión de su cuerpo quede indemne al atravesar el canal. Es más, puede que hasta  resulte beneficioso al cuerpo ser exprimido con fuerza en la fase final de expulsión, como preparando a ciertas vísceras a su debut en relajación y puesta en marcha. El meconio con el que suelen salir es una muestra de que el tubo digestivo se queda operativo. La percepción del feto  en el trayecto no puede ser otra que una verdadera tortura sobre él. Sin embargo, al progresar por el canal puede otearse una cierta salida a un mundo nuevo. Con sufrimiento, hay que salir, y ahí puede haber una esperanza.

Fuera, todo es nuevo. Por fin, surge el llanto, extraordinaria forma de expandir los pulmones, iniciar la respiración para intercambiar oxígeno  y crearse la doble circulación con sangre desaturada en el retorno venoso y sangre oxigenada que le llega al corazón izquierdo para distribuirlo en la circulación sistémica. Situación insólita al nacer que hace cambiar la percepción interna (homeostasis) y por supuesto la externa. Se desconecta la manutención umbilical y se despierta el deseo de succionar alimento oral. La percepción vital del neonato sufre un cambio radical del mundo intrauterino a la nueva realidad, de manera que la adaptación se hace necesaria . Debe existir un cierto alivio de haber superado el periodo expulsivo y ciertas endorfinas pueden contribuir a suavizar el nuevo contexto. Los sentidos, aunque ya existentes antes de salir, se acentúan al hacerlo. Aunque aún no puede ver, la audición y el tacto adquieren grandes avances.

El bebé capta perfectamente a los progenitores, sus caricias, sus cálidos brazos, sus susurros al oído, sus besos y el cariño que recibe que le hace sentir una nueva protección y sustento.  Por otra parte, su hambre innata pone en marcha el peristaltismo digestivo que hace progresar el alimento. De repente, unas cavidades virtuales sufren invasión de nutrientes y comienzan a contraerse por el interior de una forma dolorosa, el peristaltismo que explica mucho el llanto repentino de los bebes. El tragar de esa forma voraz hace que también entre aire que después hay que expulsar, tormento para el nuevo ser con cada comida y también para los padres. El acentuado reflejo gastro-cólico hace que con frecuencia después de comer haya que limpiar una buena cagada, buena nueva forma de percibirse internamente, buena nueva homeostasis que alivia. La adaptación perceptora del nuevo medio interno y el externo abren un nuevo capítulo evolutivo en estos seres, donde todo es nuevo, también intuitivo y comunicativo. Comer, dormir, mear y cagar parecen los objetivos básicos por los que luchar.

La individualidad se acentúa aunque la dependencia es total. Los órganos y sistemas están acabando de formar, creciendo todo el organismo y ganando peso los primeros meses. La vida del neonato en este nuevo mundo es, en general, plácida. Siente la conexión materna y en ella se ampara, sintiendo también el cariño del padre y familiares. El calor del hogar, como el nido para los polluelos, es un entorno con el que se familiarizan y sienten protección. Nadie recuerda esta etapa de la vida aunque en el subconsciente quede algo. Lo cierto es que hay bebes más plácidos y felices frente a otros más llorones y demandantes. Ya desde el primer momento muestran su personalidad y su carácter. La lactancia supone la prolongación del periodo neonatal y sea como sea, a partir de entonces, el enorme crecimiento del organismo con un mandato genético. La homeostasis se perfecciona y el control interno garantizado. El nuevo ser progresa en su corta vida, percibiendo y actuando.

3. La infancia y la adolescencia:

Estos seres en crecimiento y desarrollo son altamente influenciables por el entorno. El progresivo aprendizaje de la vida, que en un principio parte del ámbito familiar y que posteriormente lo comparte con la escuela es tremendamente importante. Todos guardamos recuerdos de esa etapa, de cómo transcurrió el desarrollo de las distintas épocasas. Entre risas y lágrimas se crece en la vida y cada realidad cambiante hay que afrontarla. No todas son gratas en la percepción de lo que está pasando porque los entornos pueden ser bien diferentes. En esta etapa surgen con frecuencia los celos, las envidias y el inexperto engaño. En el aprendizaje también topamos con el mal que puede o no convertirse en herramienta. Realidades siempre al alcance.

Yo tengo la suerte de guardar un recuerdo de percepción en mi infancia muy grato, lleno de amor familiar. Padres, hermanos, primos, abuelos, un mundo de relación que casi siempre es muy grato y además docente, enseña mucho. Al ser peque, uno se siente débil y frágil por lo que se sigue requiriendo protección, sobretodo de los padres, más aún de la madre, el auténtico nexo. Las percepciones sensoriales se agudizan cada vez y uno mismo ve crecer su cuerpo. Cosas pasan con risas y llantos, como la vida siempre es y están empezando a descubrir. Aunque en esa esfera el tiempo pasa lento, (proporcionalmente a su corta existencia), el crecimiento y desarrollo personal no ha parado el reloj que avanza de forma inexorable. Con él, el desarrollo de la personalidad del chaval o la chavala, cada uno genuino aunque aún influenciable. De ahí, la importancia de la educación que reciban y de los acontecimientos, el éxito o el fracaso, tanto en la escuela como en los juegos y los amigos. Las frecuentes infecciones por contagio les hacen comprender el significado de estar malito, junto al crecimiento interno de un adecuado sistema inmune que le ha de proteger. Estar malito siendo peque origina una gran tristeza que sólo cesa y se olvida al curar, requiriendo mimos y concesiones especiales en el transcurso.

Recuerdo que con 6 años recién cumplidos sufrí un accidente con el que pude morir. Un caballo de carreras en la playa se desbocó y se dirigió al público, quien aterrado se fue apartando, pero no lo hizo un peque que jugaba con la arena y el cubo. De cerca de 10000 personas, el caballo sólo a mi atropelló. Sufrí contusión cerebral y diferentes fracturas óseas, la peor una del hueso femoral que no podía ser reducida por tener el músculo crural interpuesto entre los fragmentos. Tras varios intentos de reducción con anestesia con cloroformo, que me horrorizaba, (recuerdo que le suplicaba a mi padre…”que no me den de goler”…), mis padres me trasladaron a Córdoba y en el Hospital Cruz Roja el Dr Antonio Mazariegos me intervino quirúrgicamente para unir los fragmentos con una placa de titanio. Recuerdo perfectamente todo aquel periodo y la convalecencia, que duró más de un año. En ella, me preguntaba el por qué haber sido el único de 10000 personas en ser atropellado por el caballo. ¿Por qué yo?, ¿podría representar un señalamiento? La percepción de ser frágil y débil se acentuó marcadamente, prolongándose en los años de recuperación. Recuerdo que los compañeros del colegio me llamaban “pata palo” y “mierda seca”, lo cual me hundía en la miseria. Todo luego fue fácil de superar. Cuento esta anécdota personal como ejemplo de que cualquier accidente o suceso que ocurra a esta edad marca una profunda huella en el ser en construcción.

Lo normal es que, primero la infancia y después la adolescencia transcurran como periodos gratos bajo un manto protector. Los juegos y las diversiones cautivan, surgen atisbos de amistad y el sentimiento traspasa la esfera familiar para recaer también en otras personas. En la adolescencia, la competitividad pretende imponerse ante todo tipo de situaciones, los estudios, los juegos, la diversión, en todo hay que competir.

Recuerdo que yo era término medio en todo, había muchos más listos y más fuertes, quienes dominaban las situaciones. Surgió en mí, y ya nunca desapareció, la modestia y la prudencia, pasar desapercibido. Sin embargo, también percibía con frecuencia que las ideas las copiaban de mí y las presentaban como propias, es decir, a veces no me equivocaba, no era tan tonto como ellos creían. Son siempre historias que ocurren a esta edad y que sirven para estratificarse en la corta esfera social que habitamos.

Los estudios o el trabajo junto al despertar del sexo al final de la adolescencia son las percepciones princeps de estos chicos. La menarquía surge en las chicas, transformando el medio interno con un importante cambio hormonal. La percepción interior cambia de forma radical y se transforma en mujer fértil. También la fantasía se desborda y los mundos imaginativos ocupan la mente. Ya hay una visión de lo que la vida es, pero a la vez casi todo sigue siendo nuevo. Ya han pasado años y la percepción de lo ya histórico también se tiene. Se adquiere la consciencia de hacer camino al andar y de que cada día es una clase de cómo afrontar la vida. Percepción de un futuro lleno de esperanza.

4. La juventud:

Qué se puede decir de la percepción de la vida en esta etapa, tan potente y tan efímera, tan amplia en la contemplación de múltiples realidades presentes y posibles. Al perder la adolescencia y sentirse joven, se adquiere la percepción de persona viva en un mundo siempre cambiante. Tanto en el cuerpo, como en la cara, como en el gesto y el carácter, uno piensa que es una persona ya hecha y dispuesta a afrontar el futuro con expresión propia, para lo que se precisa una actitud determinada que surge como una exigencia.

Al margen de la realidad histórica del momento, la juventud siempre es revolucionaria, deseosa de cambiar moldes, estructuras y sistemas. Siente el poder de su influencia colectiva y trata de cambiar el mundo de los mayores, aún siendo consciente de hacerlo desde una frágil base y sin futuro. También parece que nada importa, puede surgir el pasotismo. Es un tiempo para aprender a manejar las atracciones que cautivan y las repulsiones que surgen. Uno es consciente de ser débil, pero con potencial, es preciso forjarse, controlar las influencias y seleccionar la amistad. Sin dejar de considerar lo histórico de su niñez y adolescencia, uno se encuentra con exigencias de ser adulto ya hecho, aunque así no sea aún. Se adquiere percepción de la realidad de las cosas. Lo que es, es lo que hay. También surgen visionarios de otras realidades que son capaces de perseguirlas. El cuerpo físico adquiere potencia, hay un crecimiento real y, si se practica el deporte, aún más fuerza se adquiere. La homeostasis es perfecta a esta edad, aunque absolutamente ignorada por los jóvenes. La salud parece imperturbable y la muerte no entra en consideración, salvo cuando a veces conocen el fallecimiento súbito de un amigo o compañero de la misma edad, porque también se mueren algunos jóvenes. Esas noticias resultan trágicas en los jóvenes, pero son rápidamente olvidadas, si no son cercanas. Hay mucho que pensar, hay mucho que anhelar hay mucha forja personal y mucho sueño despierto al que atender.

La juventud es la etapa prínceps de todos los sueños. Viéndose hechos como personas quieren diseñar su futuro, lo que quieren ser y hacer. La capacidad imaginativa también está aumentada en este tiempo, lo que permite imaginar un futuro deseado. Al mismo tiempo, se descubre y se percibe la realidad que se vive, la de cada cual, en la que suele predominar el querer algo sin poder hacerlo…, en un principio. Porque el tesón y la determinación son cualidades necesarias que también se cultivan a esta edad. Para cada uno, comienza la película de su vida sin que en ella exista guion alguno, reparto o dirección. Sólo el actor principal, con el reparto que le toca y las vivencias que van surgiendo, película azarosa. Todo difícil de enfocar. Si en la infancia todo te venía dado, quizás ahora se puede intentar seguir un guion. El trato con otras personas se incrementa, los viajes comienzan a sucederse, pasan siempre cosas que hacen que la película adquiera ritmo. Hay una cierta explosión de uno mismo.

Por otro lado, la percepción vital de los jóvenes es la de pensar que es una condición que no va a cambiar una vez alcanzada. Nunca se es consciente de lo efímero de la juventud mientras se es joven. Es tan perceptible la vida que no cabe la involución. Pero cuando se empieza a perder la juventud muchos se arrepienten de no haberla aprovechado mejor. Siempre se termina con añoranza, juventud divino tesoro.

5. La madurez:

Las frutas maduran y adquieren su esplendor y turgencia en un momento dado. En el ser humano ocurre igual, aunque sea un proceso mucho más lento y progresivo. De sentirse joven a captar madurez es un camino casi imperceptible, pero al llegar se adquiere consciencia. Digamos que es el periodo de la vida en que aflora lo que realmente se es. Todo el pasado ha sido un aprendizaje, ahora toca ser persona. Al comienzo de esta larga fase de la vida la percepción vital es pletórica, pues se combinan idóneamente la suficiente juventud remanente con la creciente experiencia acumulada. También suele implicar la percepción de haber conseguido algo, la consecución de uno mismo.

Esta nueva realidad conlleva una autoevaluación que en los extremos son el éxito o el fracaso, pero que en la mayoría son un empate entre ambos, porque el éxito es efímero y el fracaso superable. Se obtiene un nuevo realismo de lo que se ha alcanzado a ser y como consecuencia la necesidad de ser coherente en el futuro con ese ser global. O no serlo y abandonarse a lo que venga, también ocurre. Nuestro momento, es un amplio abanico  multi-perceptivo, de los sentidos, del pensamiento y hasta de la actitud. Un compendio circunstancial cuya realidad parece ser estable, pero se puede esfumar y ser cambiada por otra casi sin darnos cuenta. Sigue siendo un tiempo para soñadores, quienes proyectan seguir creciendo en vida conforme pasen los años. Soñadores los hay soñadores en todas las etapas de la vida. También es un tiempo para la memoria que también crece en nuestro cerebro. El pasado también vivo en nuestro presente, hasta en los sueños. En nuestro tiempo, la memoria se potencia con la fotografía y los vídeos. Si nos fascina la fotografía es porque funciona igual que la memoria, ambas crean la ilusión de atrapar el momento y pararlo, sacarlo del tiempo y formar su recuerdo. El tiempo queda abolido y el pasado se convierte en un eterno presente que también es preciso modular. La memoria es un continuo retrato de la película de nuestra vida y en la madurez se exacerba y se hace más selectiva. Lo malo se intenta archivar e incluso se expulsa del disco duro, aunque también surgen pesadillas sin quererlas. Lo bueno se recrea y hasta en sueños aparece, creándose la realización de la película sucedida que hay que continuar, es preciso saber entenderse y hacer coherente la historia personal.

En esta etapa de la vida, un mundo perceptivo invade nuestra existencia. Aunque puede haber surgido en la juventud, el verdadero amor llega a muchas vidas con marcada exacerbación del mundo sensorial y sentimental. Cuando llega el amor existe la percepción de elevarse por encima del resto de las realidades y aunque el nexo pueda ser temporal o no, el impacto perceptivo es inmenso. Se construye una nueva realidad que invade nuestro mundo, llenándolo de nuevas sensaciones y prioridades. No digamos si la unión genera descendencia. La madurez es la etapa adecuada para procrear. No es obligatorio, hay quien no quiere descendencia y es una opción siempre muy meditada y respetable. Pero cuando llegan los hijos es cuando más cambia nuestra percepción vital. Ya para siempre serán la prioridad máxima. Y no es solo eso, sino que sentirse madre o padre supone una proyección de nuestro propio ser, una transmisión, una identidad. La ternura y el sentimiento se vuelcan en cada pequeño que llega y surge un nido familiar que cuidar y proteger. También una nueva y prioritaria responsabilidad que determina nuestras vidas. Es también en la madurez cuando se consolidan las verdaderas amistades, algunas pocas desde la infancia y otras de la identificación de los espíritus, de las personas que viajan con nosotros por la vida sin caretas ni disimulos. Todo ello nos lleva a la percepción de plenitud que en la madurez puede alcanzarse, aunque todo continúe y siga cambiando.

Pero como decía, también la madurez pasa por muchas épocas con cambios de realidad e incluso de rumbos. De entrada, comienzan a notarse ciertas deficiencias sensoriales, aparece la presbicia, la ligera pérdida de audición, los pequeños lapsus de la memoria, las arrugas que sólo representan el dibujo de nuestros gestos más repetidos, lo que puede acentuar la belleza en algunas y el mal genio en otras. Surge la menopausia con su cambio hormonal que modifica profundamente la homeostasis. También la próstata aparece diciendo aquí estoy yo. Lo de mear con chorro largo se acabó y su duración y el tenesmo dificultan la micción del hombre poco a poco. Se adquiere constancia de un comienzo de deterioro corporal que hay que ocultar y sufrir en silencio. Nadie quiere envejecer. Sin embargo, el hecho de ir haciéndolo poco a poco hace verlo muy lejano aún. Todo se suple con un espíritu joven en el cerebro que nos hace continuar. La vida pasa importantemente durante la madurez, siendo los años cada vez más cortos y fluyendo el tiempo como un torrente. Los hijos que eran niños se vuelven adolescentes y luego adultos. Poco a poco, todo te va colocando en las cambiantes realidades que todo lo transforman. Sin embargo, la madurez también proporciona situaciones propicias para la reflexión y para la serenidad. Aunque al percibir todo lo vivido esa reflexión suele ser placentera, también puede surgir la disarmonía reflexiva que a estados depresivos nos pueden llevar. Todo depende de lo vivido y aprendido en la escuela de la vida. La madurez también madura y nos acerca poco a poco a la senectud, etapa peculiar de la vida.

6. La senectud:

La primera sensación perceptiva de los mayores es la de sentirse supervivientes. A lo largo del camino han visto cómo fallecía gente alrededor, cómo se fueron yendo tantos amigos o familiares. Las balas silban en nuestros oídos en el frente de la vida que es preciso atravesar. De manera que, en esta etapa, la muerte se instala de forma natural en nuestro cerebro, algo cercano que no podemos olvidar ni evitar, el apagón. El correcto funcionamiento de nuestro organismo comienza un declive natural que es aceptado con resignación. No digamos si se acompaña de enfermedades. Aún resistiéndose, disminuye la movilidad. Recuerdo a mi abuelo materno cómo insistía…”a mí, que no me lo cuenten, quiero verlo”… Deseo absoluto de seguir siendo protagonista de su vida y amante de nuevas vivencias. Hay pérdida de masa muscular y los dolores de huesos y articulaciones se multiplican.

Hay un dicho muy frecuente que se repite: …”si un día te despiertas y no te duele nada, es que estás muerto”…La falta de movilidad ralentiza el tránsito intestinal y para muchos mayores el defecar se convierte en una obsesión y un martirio, por su dificultad. La micción, no digamos. Hay tendencia al aislamiento, la vida lleva una velocidad que es difícil de seguir, supliéndolo con un mundo interior cada vez más rico. Sin embargo, tanto en la madurez como en la senectud puede observarse en algunos un deterioro cognitivo que lentamente se instaura y que tanto cuesta a sus seres queridos. La memoria es rica en sucesos pasados pero pobre en lo cotidiano, lo que dificulta vivir los momentos y hace aumentar su dependencia. Recrear lo bueno vivido debe de proporcionar percepciones agradables, aunque para autoconsumo sea. Contarlo, aunque sea repetitivo para los cercanos, también debe de gustar por lo mucho que se practica. La vida se hace algo más aburrida en la senectud sana y hay mayor proyección a la descendencia. También, mucha gente parece tirar la toalla, así no se quiere seguir, pocas ganas de vivir una vida que se percibe poco agradable. En esta etapa de tanta consideración sobre la muerte, recuerdo la frase de un tío mío ya mayor al respecto…”a mi no me importa morir, es más, tengo hasta cierta curiosidad por saber en qué consiste”… Junto a estas posturas de desgana, hay mayores sanos que desean fervientemente seguir vivos.

Tengo forzosamente que hablar de mi madre pues ha sido el mejor ejemplo para mí de esa actitud. Vivió feliz hasta los 102 años, plenamente consciente de todo y bien atendida en el medio familiar. Solo quería seguir viva, aún consciente de sus progresivas limitaciones, contra las que iba luchando como podía. Para la sordera, audífonos grandes para la tele y pequeños para escuchar conversaciones. Para entrenar su cerebro, hacía todas las cuentas a mano y luego comprobaba con una calculadora, hacía crucigramas con más de 95 años. Creó su propia cuenta de correo (que nosotros nominamos como:”Portento CC”) con el que se comunicaba con todos sus seres queridos. Hablaba por FaceTime con sus bisnietas que vivían en Londres. Se interesaba por todos sus descendientes y sus problemas, exigía estar informada de cada uno y le gustaba hablar con todos ellos. Su percepción vital era plena, su memoria intacta y su sabiduría llena de humildad quizás por haber vivido tanto. Recuerdo una vez, por encima de los 95, almorzando con ella, que le hice la siguiente pregunta:…”mamá, ¿tú crees que con los años se gana inteligencia?…se quedó pensativa y tras un largo silencio me contestó: …”pues yo creo que sí, al menos sé que antes yo era más tonta”… Increíble respuesta que habla de su humildad junto al aprendizaje que el simple hecho de vivir proporciona.

Se percibe el progresivo desgaste físico como algo inevitable y la homeostasis interna no se escapa al deterioro. Raro es el que no está entre médicos, asistentes o en residencias para mayores. La dependencia progresa y la esfera familiar es igualmente protectora, como en la infancia, de protector a protegido. Las paradojas de la vida. Por tanto, la fragilidad percibida acompaña a la senectud en sus sucesivas etapas. Difícil aceptar el progresivo declive aún queriendo seguir vivo. Algunos no lo desean y se ve claro al enfermar.

Los que desean seguir vivos tienen muchas más posibilidades de superar las intervenciones que aquellos que no lo desean. Es algo que yo siempre observé en mi práctica médica, la percepción vital del enfermo resulta determinante. Por último, he visto morir a mucha gente de forma natural o por enfermedad, muchos de ellos mayores. En muchas ocasiones he detectado un estado de ansiedad y agitación previo a la muerte, lo que pudiera ser premonitorio de que esto ya llegó, percepciones finales de angustia.

En definitiva, la percepción luminosa de vivir pasa por múltiples grados de intensidad a lo largo de la existencia. Es un fuego que prende, arde y se apaga. Nada sabemos de la oscuridad que nos precedió ni de la que nos espera siempre, mientras vivimos. Las religiones tratan de mitigar la angustia que esto origina, en general, pero creo que es más angustioso para los que se quedan. Lo único cierto es que la percepción vital acaba desapareciendo y el fuego se apaga.

Cada vida es una luz entre 2 oscuridades.

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