La Ciencia

      -como filosofía actual, única rectora y planificadora-

Un nuevo escrito del “Evolving Plan”

 

El pensamiento humano siempre ha seguido unos ciertos postulados tendentes a unir a los seres. Desde los primeros agrupamientos siempre ha habido quién ha dirigido. Los que dirigen el pensamiento creen todos poseer la verdad de lo que hay que hacer, de cómo comportarse como pueblo y como especie, de cómo orientar nuestra corta vida. Aunque el pensamiento es propio y genuino, la colectividad suele sucumbir fácilmente a religiones que explican y dictan normas en torno al bien común. Las filosofías también abordan el pensamiento puro, la esencia del ser, aunque sin dictar normas, solo tratan de explicar. Junto a ambas, los poderes que se fueron constituyendo también aprendieron fácilmente que el pensamiento colectivo podía ser dirigido desde el poder, lo que dio entrada al mal en la evolución del pensamiento libre a lo largo de los siglos. Formas obligadas de su evolución han sido casi la norma en todos los tiempos, aunque posteriores correcciones populares recondujeran. Sólo los avances tecnológicos han sido capaces de obligar a los dirigentes a aceptar los cambios que el pensamiento colectivo adquiere con ellos. Lo cierto es que aún hoy día en el siglo XXI somos conscientes de que las tendencias son también dirigidas, quizás de forma más sutil, por intereses particulares de minorías hegemónicas.

La historia narra como el pensamiento evolutivo de la humanidad progresó entre tantos avatares hasta nuestros días. Pero también el pensamiento libre se rebela y en ocasiones tumba tendencias evolutivas erróneas. Por otro lado, no siempre la rebelión del pensamiento mantiene su coherencia cuando alcanza otra efímera verdad que con el tiempo es sustituida por otra aún más positiva y veraz. De manera que nuestro pensamiento individual, y más aún al hacerlo colectivo, navega en un proceloso mar en busca de la verdad y del sentido de la ruta, aún a sabiendas de que, querámoslo o no, es de alguna forma dirigido casi sin darnos cuenta. No hay forma religiosa ni filosófica capaz de evitarlo.

Y surge la pregunta crucial, con tanto conocimiento acumulado, ¿cómo el pensamiento colectivo no toma cartas en el asunto sobre cómo orientar su propia evolución de una forma libre y segura? Cuantas tendencias evolutivas compitiendo sobre cómo proceder. Lo cierto y lo erróneo siempre en liza, a ver quién tiene la razón. Pero es que los que toman decisiones en temas que son planetarios no saben lo lejos que están de una ruta que propicie evoluciones favorables de la vida en el planeta. No es de recibo para el pensamiento humano que sean los “tontuelos”los que nos dirijan. Mucho menos en nuestro tiempo. Además, se precisan gobiernos planetarios que acaben con las desigualdades. La Tierra es de todos y los intereses grupales o personales ya están pero que muy de modé… Hay que reaccionar. Buscar la ruta de la buena evolución es mandatorio y el pensamiento colectivo busca en ello la verdad.

Pero el pensamiento humano se ramifica por todas sus áreas del conocimiento, ciencias y filosofías. Y al hablar de Ciencia (con mayúscula), en nuestros días encontramos un ejemplo de cómo luchar por esclarecer la verdad. El método científico obliga a demostrar que algo es así o que algo es erróneo. Sólo lo demostrable es verdadero y así es como progresa el saber. Aunque la verdad científica puede costar tiempo demostrarla, si es cierta, siempre alcanza. No hay una verdad ni teoría religiosa ni filosófica capaz de rectificar cuando se demuestra su error o su inutilidad. En cambio, la Ciencia sí lo hace. Rectifica cuando se equivoca y garantiza así el progreso del pensamiento científico. Es por ello que la Ciencia puede ser considerada la auténtica filosofía de nuestro tiempo. Los avances generados por ella también cuentan porque ya disponemos de inteligencia artificial que es mucho más potente que toda la nuestra junta. Y podría llegar a estar a nuestra disposición. Pero los avances requieren de la Ciencia para poder demostrar que lo son. Sin Ciencia no hay progreso en el pensamiento, que además parece acelerarse por ello en su evolución. Más rápido de lo que pudiera parecer.

Por tanto, Ciencia y sólo Ciencia para dirigir el pensamiento. Es la Ciencia la que sabe lo que le avecina al planeta si no cambian los modos de dirigir que los poderes ejercen. América no será “first”en un mundo yermo, será igualmente tierra muerta. Es la Ciencia la que empuja a cambiar de opinión a los dirigentes y a la población. Son los sabios los que han de orientar el pensamiento, para una rápida asimilación de tanto conocimiento a borbotones, como hoy día ocurre. No es tarea de los políticos, a no ser que su principal consejero sea un equipo de sabios que establezcan prioridades para todo el planeta, primero en conservación y si se logra preservar en él la vida, dirigir entonces el pensamiento colectivo hacia un mundo nuevo y pacífico, no destructivo, que oriente favorablemente la evolución de la vida en el planeta. Todo ello con carácter impositivo sobre la acción política. Ya está bien de estupideces.

Pero, así como sabemos que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, también sabemos que en la Ciencia hay influencias ajenas y sufre distorsiones en su manejabilidad, por lo que se exige un control. Al margen de aspectos éticos que la regulan en nuestros días y de tanta exigencia burocrática absurda por parte de inexpertos para poder investigar, la Ciencia avanza con verdadero vértigo y nunca antes tuvo tanta necesidad de filtrar los verdaderos avances y no incluir lo falso o lo redundante, que llega a ser “pseudo-ciencia” o simplemente divulgación de las ideas de otros. De ahí que el mundo de las ideas plasmadas en artículos científicos tenga tal grado de escrutinio. Al haber tanta inflación de ideas provenientes de todas las partes del mundo, (algunas pocas buenas), la mayoría es rechazada, parezca buena o no. Nadie que no haya intentado publicar científicamente en revistas de alto impacto en su especialidad puede imaginarse el arduo camino que hay que emprender para conseguirlo. El llamado “peer review”de una publicación científica obliga a superar todas las críticas y obstáculos que dificultan su aceptación. Exige un tremendo esfuerzo y concentración su solo intento y, si se consigue, cuando llega a la luz ya nos parece antiguo por su largo recorrido, muchos de ellos años, siendo nuevo en lo que es el avance colectivo.

Y es que el saber científico progresa como lo hace una balsa de aceite sobre una mesa. Todo el contenido está en el cuerpo de la balsa pero el avance lo hace y lo incorpora por sus bordes. El saber que progresa es el que está en los bordes y fuera de ellos no hay nada nuevo. De manera que primero hay que estar en el borde del saber o en sus inmediaciones, luego tener una idea que suponga un avance, investigarla y analizar la información de forma científica y ordenada. Si el contenido es relevante, o nos lo parece, escribir un artículo científico que muestre los resultados. La escritura científica no es como esta, que sale tan fácil, exige un nivel de concentración y constricción muy alto en cada impresión personal, ya que lo que no queda demostrado para el “reviewer”, obliga a discutirlo científicamente, modificar expresiones y frases o incluso significados que en principio había. No es posible escribir ciencia sin una autocrítica y exo-críticas exacerbadas. Cada manuscrito elaborado y sus sucesivas revisiones requieren una altísima concentración para poder concretar el mensaje en una expresión científica que describa bien el avance. Lo cierto es que, si al final es aceptado, el manuscrito publicado lanza un mensaje que es siempre mejor al del manuscrito original, como que hasta se agradece la crítica constructiva. Así es que esta es la forma que tenemos de avanzar en el saber. La súper-selección del mundo de las ideas, del quehacer científico, para hacerlo fructífero y que sirva a la colectividad. Bien es cierto que ese grado de filtro es también en ocasiones manejado por “lobys”que quieren dirigir, o que no quieren que se destape algo que ellos también estaban investigando. Mafias y rivalidades hasta en el saber, grupos que intentan politizar el conocimiento, sacar partido de posiciones o influencias, dificultando el avance del saber. Pero, en cualquier caso, si una idea sobresale más tarde o más temprano prevalece. No pocos científicos fueron más reconocidos después de su muerte, cuando sus teorías se acababan demostrando. Por tanto, el pensamiento científico ha desarrollado un método para llegar a conocer cada nueva verdad que suponga un avance del borde o “edge”de la balsa de aceite, que es el saber.

Si el pensamiento científico progresa de esta forma tan eficiente, ¿por qué no intentar algo similar con el pensamiento abstracto colectivo? ¿Por qué no seleccionar a los políticos como se selecciona en Ciencia a los investigadores? Los que quieran convencernos de que ese es el camino tienen que argumentarlo y discutirlo, mostrando en porcentaje la esperable tasa de éxito y el beneficio colectivo que supondría. Es decir, como en Ciencia, tiene que ser demostrable científicamente cada propuesta. Los que no pueden hacerlo con sus proyectos no demostrables no cuentan, son “pseudo ciencia”o pura divulgación. En cambio, los que sí puedan demostrar y sean seleccionados para dirigir tienen que conocer muy bien el rumbo y, por tanto, aplicar el conocimiento en el diseño. Los que dirijan el mundo han de hacerlo bajo el mandato de la Ciencia aunque ésta, a su vez, deba ser controlada por filósofos o pensadores de nuestro tiempo, incluyendo también en el elenco la influencia de todos aquellos que ya no están pero que contribuyeron al avance y que con su ejemplo marcan direcciones y caminos. Es el pensamiento colectivo, embrión de nuestro cerebro primario común, el que ha de establecer las conexiones neurales pertinentes, el que ha de ordenar y hacer progresar la construcción de un solo ser planetario, siendo toda la vida en La Tierra parte constitutiva de ese ser. La especie humana debería ser su corazón y su cerebro. Casi sin darnos cuenta, continuamos en el plan.

Alegoría de la ciencia. Óleo sobre tela de Sebastiano Conga
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