Todo este proceso no se comprende bien, aunque se conoce. Una larga historia medioambiental de 3500 millones de años, el viaje que la vida hizo en el planeta, justo lo que nos ha llevado a lo que hoy día somos la humanidad, una especie surgida en esta historia hace tan solo 100 millones de años.

Pero esta larga historia quedaría inconclusa sin una mera descripción de lo que nuestra especie ha adquirido a lo largo de los cortos eones de nuestra presencia. Portentosas capacidades y una total hegemonía sobre el mundo animal y vegetal, es decir, sobre la vida en el planeta. Tenemos una estructura derivada de todo lo anteriormente descrito, es decir, somos animales mamíferos que han progresado más que el resto de las especies. Y esta increíble progresión parece estar basada en el desarrollo del intelecto, algo etéreo y difícil de describir pero que constituye nuestro legado.

También la comunicación entre los seres se disparó con el lenguaje oral y escrito. La historia del ser humano es muy corta en relación con la historia de la vida, pero formamos parte de ella y conocemos mucho de ella. La vida desarrolla el intelecto entre otras cosas para ser consciente. Serlo hasta el punto de poder deducir esta historia sin haberla vivido más que un instante en su dimensión. Esa consciencia ha llegado a situarnos en el universo, a conocer nuestro mundo y a visitar otros. El intelecto lleva al conocimiento y busca sin cesar verdades que expliquen tanta duda, tanta zozobra y tanta inquietud.

Surgen las religiones, la filosofía, los lenguajes, la cultura, la poesía, la música y la ciencia para comunicarnos, para asociarnos, para unirnos y para explicar algo inexplicable, como es la pregunta que cada ser humano se hace…¿qué hago yo aquí?. Pero al mismo tiempo dan sosiego, paz y serenidad al que en ellas se sumerge. De entre estas materias es la ciencia la que más ha evolucionado en el intelecto. La ciencia es la filosofía de nuestro tiempo, porque es la única materia capaz de demostrar, solo a través del exigente método científico, las verdades que pregona y es capaz de rectificar aspectos establecidos cuando la evidencia los supera. Ninguna religión ni teoría filosófica sufre tal grado de selección del conocimiento, por eso es la ciencia el verdadero acervo humano. Aunque sufra paradigmas, la ciencia discute consigo misma en los foros temporales y busca la razón y la lógica evolución del borde o “edge” del saber, para expandirse, para ganar en el conocimiento y en la práctica. La consciencia  de la propia ciencia obliga a rendirse a la evidencia que supera la crítica, aunque la verdad precise tiempo. El intelecto también sabe evolucionar y comunicar.

Los seres humanos hemos pasado de la mera lucha por la supervivencia a un gran desarrollo de la capacidad asociativa con otros seres, con lo que al perseguir fines comunes se aumentan enormemente las capacidades, habiéndolo hecho de forma progresiva y exponencial en los últimos tiempos. Para mejor vivir, las sociedades humanas se ordenan y buscan metas temporales que van evolucionando asimismo.

Surge la familia, con un potentísimo lazo genético, las asociaciones de vecinos, los pueblos basados en sus proximidades y en sus orígenes y costumbres, las ciudades y los estados, los ejércitos, las confesiones religiosas y un largo etcétera que forman el entramado de nuestra sociedad. Pero estos tipos de asociación alcanzan aún un grado muy rasero, ya que también han servido para destruirnos los unos a los otros, para perseguir fines innobles y para hacer patente nuestra faceta animal más penosa, ya que no mira más que su fin egocéntrico e inmediato. Surge la injusticia, la ignominia, la mentira, la crueldad más refinada y las guerras. Aunque contra ellas se lucha, no es fácil vencer al mal porque emplea otras armas distintas que la razón, fin último del intelecto. Nada que hacer con los cafres sino esperar su temporalidad que, como a todos, también les afecta. Al mal no se vence con el mal porque genera más maldad.

Pero lo increíble del intelecto es que se transmite de generación a generación, por lo que supera la muerte. El pensamiento no muere, solamente se transforma y evoluciona, pasando de una mente a otra por simple comunicación y difusión, de una época a otra por transmisión y llegando a nuestro tiempo con el gran cúmulo de verdades bien conocidas, con un desarrollo increíble de la comunicación entre seres individuales de todo el planeta, bien informados de lo que ocurre y aún sin alcanzar un sentido unitario de lo que es la humanidad.

Sabemos lo que somos y donde nos encontramos, aunque no sepamos decir adonde nos dirigimos. Como siempre en la naturaleza, miles de caminos para elegir entre los numerosos rumbos evolutivos. ¿Qué podemos hacer al respecto?…

La mente y el intelecto
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